Correteo por la calle esquivando peatones mientras reviso el correo electrónico en el iPhone. Repaso mentalmente la próxima reunión. Contesto a una llamada. Se me agota la batería en medio de la conversación. Tomo conciencia de que voy realmente justa de tiempo para llegar puntual a mi próxima cita. Y aprieto aún más el paso, […]
Correteo por la calle esquivando peatones mientras reviso el correo electrónico en el iPhone. Repaso mentalmente la próxima reunión. Contesto a una llamada. Se me agota la batería en medio de la conversación. Tomo conciencia de que voy realmente justa de tiempo para llegar puntual a mi próxima cita. Y aprieto aún más el paso, tacones y pantalones de vestir mediante. Mientras, echo maldiciones sin ton ni son a la tecnología, al sol repentino que me hace sudar, a la señora que va a paso de tortuga y me bloquea el paso, a los lugares céntricos de Madrid que siempre están hasta la bandera y a los astros que confluyen para hacerme la tarde imposible. Tan sólo quince minutos después, mi única preocupación es la de permanecer despierta para no perder ni un segundo de lo que estoy viviendo.
Llegar de los nervios a una cita para relajarse, como me ocurrió a mí aquella tarde al cruzar la puerta de CosquilleArte, es paradójico, tristemente irónico… y muy frecuente. Si deciden ir y les ocurre lo mismo, no se preocupen. Todo el estrés desaparece de un plumazo.
Tengo que reconocer que acepté la invitación a probar los servicios que ofrece el centro, situado en pleno barrio de Chamberí y el primero en España, con bastante escepticismo. Éstos consisten, básicamente, en una vuelta de tuerca a las cosquillitas que nos hemos hecho de toda la vida con la pareja en el momento sofá y manta, con la familia o con los amigos de pequeños. A mí nunca me han relajado demasiado. Más bien todo lo contrario, porque me entra la risa enseguida. Y dudaba bastante de que aquella tarde ese momento fuera capaz de hacerme desconectar. No tardé mucho en cambiar de opinión.
La fórmula es sencilla, tanto que no importa si la persona que acude tiene algún tipo de contractura, está embarazada o ha sido operada recientemente. En definitiva, no dejan de ser cosquillitas, pero de una forma distinta. Con amabilidad y sosiego –cosa que se agradece- la terapeuta pregunta si hay alguna zona del cuerpo especialmente sensible o en la que el cosquilleo pueda resultar desagradable. Luego, invita a tumbarse en una cómoda camilla que se encuentra en una habitación iluminada por velas y en la que suena música suave, pero no hortera. El momento (como sus responsables lo llaman) que probé se llama OlvidArte. Consiste en 60 minutos de cosquillas por todo el cuerpo, incluidas zonas tan relajantes como las manos, los pies y el cuero cabelludo. En algunas ocasiones, la terapeuta lo hace con las yemas de los dedos. En otras, se ayuda de una pluma. Y, a veces, combina ambas técnicas. Intenté distinguirlas, pero no fui capaz. Si tuviese que elegir lo mejor de todo, me quedaría con el recorrido por la espalda y, sin duda, con el momento por la cara y el cuello. Justo antes de abordar esta zona, la terapeuta se impregnó las manos con una esencia deliciosa que me acabó de transportar a ese mundo sin cacharros, cargas ni obligaciones al que todos deberíamos ir de vez en cuando para volver con más fuerza.
“Hemos terminado. Tómate tu tiempo, no te preocupes”, me susurró cuando el tiempo de cosquillas se agotó. Con toda la tranquilidad del mundo me quedé tumbada un ratito más, me levanté, me vestí y acepté la bebida fresquita (también hay infusiones) que se ofrece a todos los clientes para que el desembarco en la realidad sea más llevadero. Salí como nueva: relajada, de buen humor y con una visión de esa zona de Madrid que antes me había puesto tan nerviosa totalmente distinta. En lugar de apresurarme, paseé lentamente hasta la boca del Metro. Y aquella noche dormí como un bebé.
CosquilleArte cuenta con otros momentos, además de OlvidArte, que tiene un precio de 45 euros. El cliente, por ejemplo, puede pedir que dos terapeutas le hagan cosquillas a cuatro manos… Es el momento FascinArte, que cuesta 90 euros si dura una hora y 50 si es de media. También es posible acudir con alguien especial al momento EmparejArte, con los mismos precios, e incluso contratar una versión apta para agendas apretadas, el momento, ExpressArte, de quince minutos y por 15 euros.
Si se decantan por esta última, tengan en cuenta que es muy probable que quieran repetir. Una hora pasa muy deprisa e incluso sabe a poco. Como todo lo bueno, claro.