Si me permiten la reflexión 'egocéntrica', no sé si lo mío es infantilismo, nostalgia o una mezcla de las dos cosas... Me gustan el 'Barrio Sésamo' de Espinete, los dibujos animados de los ochenta, los peluches, las pinturas, los Lacasitos y las 'chuches'. Me encantan las 'chuches'. Por eso me extraña mucho no haber escrito antes de Ooomuombo, donde hay unas golosinas buenísimas.
Es una empresa sueca, como Ikea. Por eso, también como en Ikea, verán etiquetas con nombres impronunciables en las estanterías de los cuatro locales que Oomuombo tiene en Madrid. La gran mayoría de ellas, aunque vayan acompañadas de una breve explicación con los ingredientes del producto no son necesarias. Es verdad que algunas de las 'chuches' son nuevas para cualquier experto -o niño, o ambos-. Pero casi todas son muy familiares: plátanos, dentaduras, regalices, unas alubias que hacen que a uno se le salten las lágrimas, tiras de fresa ácida... Y botellas de Coca-cola. Pero de las gigantes, de ésas que costaban cinco duros.
Todas ellas, que cogí del variado apartado 'Pic & Mix', donde cada se hace la bolsa a su gusto, están francamente buenas. Tienen el color perfecto, son sabrosas y no están ni muy tiernas ni muy duras. Y cuentan con una envidiable relación calidad/precio: los 100 gramos están a 1,80 euros. Si a alguien le da pereza seleccionar, puede pedir una brocheta, que no costará más de tres euros, o pedir distintas combinaciones en recipientes de cerámica o de cristal. Una gran idea, por cierto, para regalar o como centro de mesa en una reunión informal. También hay bolitas de avellana cubiertas de chocolate y una gruesa capa de caramelo, muy crujiente. Y chocolatinas, piruletas y velitas de cumpleaños divertidísimas.
Ahí no queda la cosa. Todas las golosinas de Oomuombo están elaborados con colorantes naturales, están libres de grasas 'trans', no han sido modificados genéticamente y cuentan con 'versiones' para celíacos y los que padecen intolerancia a la lactosa. Eso no quiere decir que sean sanos, al fin y al cabo, no dejan de ser golosinas. Pero no son tan terroríficamente malas como las que se compran en los 'chinos' o en el supermercado.
En definitiva, están de muerte, no son demasiado caras y están elaboradas con cariño. Eso las convierte, en mi opinión, en el capricho perfecto. Y en una bonita forma de volver por un momento a la infancia sin ningún remordimiento.
Las tentadoras fotografías vienen de la página de Facebook de la compañía, que les recomiendo seguir.