La sociedad se muestra cada vez más comprometida con el cambio climático, gracias en parte a ecologistas como Greta Thunberg y a organizaciones como Extinction Rebellion. Sin embargo, nuestro deseo de un sistema energético más sostenible trasciende el activismo. La base científica del cambio climático es irrefutable, y los riesgos que entraña se están manifestando más rápido de lo que esperábamos. Según NASA/GISS, 2020 fue el año más caluroso (empatado con 2016) en términos de temperatura de la superficie de la Tierra desde que esta comenzara a medirse en 1880[1]. Y este no fue un año excepcional: 19 de los años más calurosos han tenido lugar en este siglo. Ahora, las temperaturas globales medias son en torno a 1,0 ºC más altas que antes de la revolución industrial. Al ritmo actual de calentamiento (cerca de 0,2 ºC por década), podríamos superar los 1,5 ºC de calentamiento entre 2026 y 2042[2], lo cual tendría efectos desastrosos en la sociedad y en la biodiversidad de la que dependemos.
Las implicaciones del cambio climático ya son evidentes. Sin irnos muy lejos, en los últimos dos años y concretamente en 2020 fuimos testigos de enormes incendios forestales en Australia, la costa oeste de los Estados Unidos e incluso Siberia, grandes inundaciones en China, la India y Pakistán, y una temporada de huracanes en el Atlántico que causó daños valorados en 40.000 millones de dólares[3]. Estos acontecimientos subrayan que el cambio climático es un fenómeno tan real como apremiante.
En busca de cero emisiones netas
Afortunadamente, los gobiernos de todo el mundo comienzan a darse cuenta de la necesidad de descarbonizar nuestro planeta. En 2015 se firmó el Acuerdo de París sobre cambio climático, un tratado internacional jurídicamente vinculante que se propone limitar el calentamiento global a menos de 2° C (y preferiblemente a 1,5° C) por encima de los niveles preindustriales. Desde entonces, muchos países se han fijado el objetivo de alcanzar cero emisiones netas; EN 2020, Corea del Sur y Japón se comprometieron a lograrlo de cara a 2050, y China apunta a 2060.
En Estados Unidos, la tercera medida implementada por el presidente Joe Biden fue firmar un decreto que permitió al país volver a suscribir el Acuerdo de París (del que se retiró durante la presidencia de Donald Trump). Biden también se propone que Estados Unidos alcance el nivel de cero emisiones netas de cara a 2050.
En total, 137 países (que representan alrededor del 63% de las emisiones globales) han adoptado o están considerando objetivos de cero emisiones netas, y tras las COP26 de Glasgow, China, Japón y Corea del Sur añadieron sus nombres a la lista. Un desarrollo esperanzador. El análisis de Climate Action Tracker revela que estos planes sitúan el objetivo de 1,5º C del Acuerdo de París a una distancia asequible[4]. Como siempre, no obstante, la clave estará en los detalles.
Los objetivos de cero emisiones netas representan una meta final, pero lo importante es cómo se alcanzará dicha meta. Bajo la administración Biden, Estados Unidos ha reforzado sus ambiciones comprometiéndose a recortar us emisiones en un 52% de aquí a 2030, y durante la propia COP, la India se declaró comprometida a alcanzar la neutralidad de carbono de cara a 2070.
Es cierto que algunos de estos compromisos son muy a largo plazo y que existe una enorme divergencia a nivel de ambición, pero en su conjunto, demuestran el avance realizado. Dicho esto, también es natural sentirse decepcionado: los actuales compromisos nacionales (conocidos como contribuciones determinadas a nivel nacional, o CDN) siguen lejos de alcanzar el objetivo de 1,5 ˚C del Acuerdo de París, con lo que se está instando a los gobiernos a mejorar sus compromisos de cara a la COP de 2022, en Egipto.
Otro desarrollo positivo, que tuvo lugar a finales del evento, fue el anuncio de una colaboración climática más intensa entre Estados Unidos y China. Esto representa un paso significativo, al tratarse de los dos mayores emisores de dióxido de carbono a nivel mundial: en su conjunto representan más de un 40% de las emisiones anuales. Esto es especialmente relevante desde un punto de vista de inversión, ya que las relaciones recientemente tensas entre Washington y Pekín han creado incertidumbre y añadido presión adicional en las cadenas de suministro. Por ejemplo, Estados Unidos ha impuesto barreras para restringir la importación de productos de energía solar desde China. Los inversores medioambientales seguirán muy de cerca la situación, atentos a señales de mejora en su colaboración.
Aunque Glasgow no logró materializar el resultado deseado de una ruta clara hacia el objetivo de 1,5 ˚C, sí se logró avanzar. El evento tuvo una visibilidad elevada e hizo que mucha más gente prestara atención, impulsando con ello el cambio positivo y la agenda de conservación medioambiental.
La COP26 respalda varios temas de inversión
Al mismo tiempo, los resultados de la COP26 brindan respaldo a varios temas de inversión. La transición energética sigue siendo esencial en los objetivos de neutralidad de carbono de los distintos países, y está claro que los inversores deben apoyar a las empresas que proporcionan soluciones de energía limpia. No obstante, la noción de capital natural gozó de una plataforma mucho más amplia, lo cual debería fomentar soluciones medioambientales vitales en torno a los océanos y los sistemas hídricos, el suelo, la alimentación y la silvicultura, así como a las ciudades y edificios sostenibles.
Desde BNP Paribas Asset Management, por ejemplo, consideran importante investigar la totalidad del espectro de oportunidades medioambientales. Su Grupo de Estrategias Medioambientales no solo invierte en activos de infraestructura seguros y a gran escala, como por ejemplo grandes instalaciones fotovoltaicas o de eólica marina, sino que busca asimismo soluciones aún incipientes en términos de tecnología y escala. En su opinión, asignar capital en tecnologías jóvenes y prometedoras podría marcar la diferencia, ayudando a estos negocios a ganar escala y viabilidad comercial con rapidez, y con ello a ejercer un impacto significativo.
La transición energética como elemento central
Gran parte de estos esfuerzos se centrarán (y ya se centran) en actividades relacionadas con la energía, actualmente responsables de en torno al 70% de las emisiones de dióxido de carbono a nivel mundial. Aunque el sector de la energía ocupa un lugar central en estas iniciativas, la transición energética abarca un abanico mucho más amplio de segmentos, entre ellos construcción, transporte, calefacción urbana, electricidad e industria. Estas áreas de actividad jugarán un papel crucial en el proceso de descarbonización, y no solo como emisoras, sino también como fuente de soluciones.
2020, punto de inflexión
El COVID-19 nos ha recordado que no debemos ignorar estos peligros, subrayando la necesidad de tomárnoslos en serio y de buscar oportunidades para responder de forma coordinada.
En el marco de la oleada de concienciación en todo el mundo, no es ninguna coincidencia que tantos gobiernos hayan anunciado objetivos verdes y de cero emisiones netas en 2020. Las iniciativas para combatir la pandemia han mostrado que es posible coordinar un enorme respaldo a nivel global. El cambio climático también requerirá una colaboración de este tipo, así como importantes inversiones en la transición energética necesaria para dotar de energía al mundo de forma sostenible en el futuro.
En plena pandemia, gran parte del respaldo fiscal sin precedentes aportado por los gobiernos para estimular el crecimiento económico estuvo delimitado por iniciativas verdes para asegurar que los países se reconstruían de mejor forma. No obstante, un estudio reciente de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) sugiere que solamente un 2% de este gasto se ha destinado a medidas de energía limpia5.