Otro de los grandes retos a los que se enfrenta nuestra sociedad es alimentar a una creciente población. Producir más, mejor y de manera sostenible… Es decir, alimentar a una población en crecimiento mientras se mitiga el impacto medioambiental del consumo y la producción de alimentos.
Algunas cifras hablan por sí solas e ilustran a la perfección la presión que ejerce la cadena de valor alimentaria sobre nuestro planeta. De hecho, el sistema agroalimentario es responsable de entre el 20% y el 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero; la agricultura por sí sola representa el 70% de todas las extracciones de agua dulce a nivel mundial; y el 91% de los envases de plástico no se recicla. A esto hay que sumar que la demanda de alimentos es cada vez mayor, impulsada principalmente por el aumento de la población. En 2050 será necesario alimentar a más de 9.700 millones de personas frente a los 6.100 millones que había en el 2000. Si estas tendencias persisten, se calcula que ya para 2030, más de 840 millones de personas pasarán hambre.
Teniendo en cuenta estos datos, se puede decir que el sistema alimentario mundial se encuentra en la encrucijada de muchos desafíos entrelazados, como los climáticos, ecológicos, sanitarios, económicos y sociales, entre otros. Por tanto, sin duda tiene un papel clave que desempeñar en la construcción de un futuro más sostenible.
Como tal, la alimentación se ha convertido en una prioridad para la comunidad internacional y es uno de los 17 ODS de la ONU. El ODS 2, Hambre Cero, busca “acabar con el hambre, lograr la seguridad alimentaria y una mejor nutrición y promover la agricultura sostenible”.
Presión sobre los recursos
La producción de alimentos también se encuentra en la encrucijada de las principales tendencias contemporáneas que están configurando la demanda y generando presión sobre la oferta. Esta presión, tanto cuantitativa, a través de un aumento del consumo global, como cualitativa, a través de cambios en la dieta y los hábitos alimenticios, debe hacer frente a un número cada vez mayor de desafíos ambientales relacionados con la industria agroalimentaria.
Como comentábamos más arriba, la demanda de alimentos está impulsada principalmente por el aumento de la población mundial. Al mismo tiempo, la población urbana del mundo está en constante crecimiento, especialmente en los países emergentes, cuya población también se está beneficiando del aumento de los ingresos. Todos estos desarrollos demográficos y sociales están dando lugar a cambios importantes en los estilos de vida y los hábitos alimentarios. Es innegable que esta creciente demanda de alimentos debe tener en cuenta las limitaciones de los recursos naturales, que ya están sometidos a una fuerte presión y son cada vez más limitados.
- La expansión de la tierra cultivable se está estancando. El área mundial de tierra cultivada se ha reducido a más de la mitad desde 1960 y se espera que disminuya en un 15% más para 2050.
- La escasez de agua sigue empeorando. Para 2025, se espera que 1.800 millones de personas vivan en países o regiones con escasez absoluta de agua, siendo la producción de alimentos una de sus principales causas. De hecho, la agricultura representa el 70% de todas las extracciones de agua dulce a nivel mundial.
- El aumento de las temperaturas y la creciente intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos están afectando la productividad de los cultivos, la ganadería, la pesca y la silvicultura. La agricultura también contribuye de manera significativa al calentamiento global, ya que es responsable del 13,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero mundiales.
- El desperdicio de alimentos nunca ha sido tan alto tanto en los países desarrollados como en los emergentes.
Cambio de hábitos
El desarrollo económico en curso junto con la rápida urbanización está generando un cambio en los hábitos alimentarios y patrones de consumo. Este fenómeno no afecta solo a los países desarrollados. Los países emergentes también buscan productos más especializados, de mejor calidad y de alta gama.
Los consumidores son cada vez más exigentes y buscan alimentos de mejor calidad. Requieren más transparencia por parte de las compañías alimentarias con respecto a la procedencia de sus alimentos y cómo se han producido. Agricultura casera, ecológica y de temporada, productos locales, remuneración justa de los agricultores… son algunas de las tendencias actuales del comportamiento de los consumidores, aceleradas además por la reciente crisis sanitaria.
El mercado orgánico global, por ejemplo, está creciendo rápidamente y alcanzó más de 112.000 millones de euros en 2019. Más que una tendencia, comer orgánico se ha convertido en una forma de vida que ilustra las preocupaciones actuales sobre la salud y la protección del planeta.
Fuente: Markus Spiske (Unsplash)
Por otro lado, la creciente urbanización está impulsando a los consumidores a buscar más flexibilidad en sus opciones de alimentos: comidas para llevar, entrega a domicilio, kits de preparación de comidas. La crisis sanitaria mundial ha reforzado estas tendencias. La adopción de estrictas medidas de cierre obligó a muchos hogares a consumir sus comidas diarias exclusivamente en casa y reorientar su demanda hacia las opciones de consumo mencionadas anteriormente.
Por lo tanto, en ese contexto, los envases son una cuestión delicada, ya que estos nuevos patrones de consumo acelerados que llegaron para quedarse van de la mano con un mayor riesgo de sobre envasado y contaminación plástica.
Innovación, motor de la transición sostenible
A lo largo de la cadena de valor se están implementando diversas soluciones innovadoras para hacer frente a los desafíos de una producción alimentaria creciente, a través de una transición hacia un modelo de economía circular diseñado para promover patrones de producción y consumo más sostenibles.
Algunas de estas innovaciones incluyen la agricultura de precisión para mejorar la rentabilidad y sostenibilidad de la producción agrícola mediante la aplicación de nuevas tecnologías; la digitalización de la cadena de valor para garantizar una mayor transparencia alimentaria trazando el camino recorrido desde su origen hasta los consumidores finales; las tecnologías de optimización de agua para satisfacer las necesidades de riego de las actividades agrícolas; y el reciclaje o los envases sostenibles para limitar la producción de plásticos.
Fuente: Amundi AM
Enfoque sostenible, objetivos e indicadores:
A la hora de gestionar una estrategia que aborde el reto de la alimentación sostenible, el rating ESG del emisor puede aportar una información esencial, pero conviene enfocarse además en los criterios subyacentes más relacionados con los desafíos de la temática en cuestión para poder excluir aquellas compañías con peores comportamientos. Como criterios relevantes para la temática de la alimentación sostenible podemos mencionar:
- Gestión del agua
- Biodiversidad, contaminación y residuos
- Valor nutricional
- Gestión forestal
- Gestión de la cadena de suministro
Deben fijarse además objetivos relevantes que puedan ser controlados y medidos, como la reducción de la intensidad de carbono y la intensidad de agua en un universo caracterizado por el elevado consumo de recursos naturales, o la ratio de reciclaje de recursos.