Ha llegado la Canciller Angela Merkel a España. En la primera página de su agenda solo una recomendación imperativa para el Gobierno español: competitividad.
En la segunda y última página una honda preocupación: el déficit español, fraccionado, correoso, y de evolución no tan preclara como los responsables políticos españoles auguran.
¿Competitividad?. El Gobierno español todavía no le ha cogido su verdadero sitio a la palabra competitividad. Así, parece oportuno que Merkel y su equipo les den unas clases magistrales a los responsables económicos españoles que andan perdidos en esto del juego de la competitividad macroeconómica (Ley de Economía Sostenible, Primera Reforma Laboral…).
La competitividad tiene que ver con dos variables: el diferencial de inflación que afecta al precio relativo de precios y servicios a corto plazo, haciéndolos con ello más o menos atractivos de manera rápida (especialmente a nivel intracomunitario); y la productividad, variable clave para el crecimiento económico a mediano y largo plazo y perfectamente descrita en su acción por el Premio Nobel Solow.
Así el tema central para España es la inflación. Subida de la luz para enero 2011 +9.8%, gas +3.9%, transporte cercanías +3.1%, transporte alta velocidad +2.3. España, y por las últimas cifras de inflación ya empieza a separarse del promedio de la UE. ¿Son preocupantes las nuevas acciones del Gobierno de España?.
Si. A la inflación creciente e importada, derivada de la subida mundial del precio de commodities básicas (petróleo y alimentos), el Gobierno de España también ha puesto su loable granito de arena con las subidas reseñadas. Este excesivo incremento de precios, ya de importación ya de fabricación doméstica, engordara la falta de competitividad de España frente a sus socios europeos.
Mirando la inflación española desde una perspectiva más amplia, podría decirse que la inflación en España tiene dos grandes orígenes (existen más).
En primer lugar, la ya mencionada nacida de las desacertadas decisiones del Gobierno, que en el animo de centrifugar entre todos los españoles el coste de sus errores (déficit excesivo e inútil) promueve al final que el proceso acumulativo de falta de competitividad española se perpetúe.
La segunda causa es que la UE tiene un problema estructural grave. Por un lado, y tal y como el Premio Nobel Mundell (padre del Euro) ahora reconoce, para que el euro se relacione sin estridencias y de manera estable con otras monedas a nivel global hace falta una seria armonización fiscal a nivel europeo. Pero junto a ello, y para que la euro-zona funcione en términos de plena equidad competitiva intracomunitaria hace falta la armonización laboral europea. La economía mundial funciona a medio y largo plazo en términos de precios relativos, por lo que las diferencias alrededor del trabajo/salario finalmente afectan a los precios y a su competitividad relativa. Las abultadas asimetrias entre los distintos sistemas laborales europeos son la principal causa de las diferencias en competitividad relativa entre socios (e inflación), disfunción no prevista por Mundell ni por cuantos participaron en la introducción del Euro. Así la armonización laboral, siendo necesaria para la estabilidad de la moneda única es la clave para asegurar el fair-play económico intracomunitario. Mientras persista la ausencia de la armonización laboral, los diferenciales de inflación favorecerán a unos y perjudicarán a otros, y España esta entre los grandes perdedores.