Argentina: las cosas pueden estar a punto de cambiar

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Foto cedida

Mi reciente viaje a Argentina, en contacto con funcionarios públicos y participantes del mercado me ha dado mucho que pensar y motivos para el optimismo. Los pasos para normalizar el país siguen adelante. Se encuentran en las primeras etapas y todavía pueden desbaratarse. Pero tengo esperanza. Las señales son positivas y nos inclinaremos por sobre-ponderar deuda soberana, provincial y empresarial argentina cuando por precio tenga sentido.

De hecho en Buenos Aires una mujer que trabajaba en el hotel en que me hospedaba expresó su asombro porque pudiera esgrimir argumentos a favor de invertir en un país con un historial económico tan desastroso en sólo unos días allí. En realidad llevo viajando a Argentina y analizando sus perspectivas desde mediados de la década de 1990. Cuando me subo al avión he llevado a cabo mucho trabajo preparatorio y las visitas ofrecen información que no puedo conseguir desde Londres, como el entusiasmo que vi por las políticas de Macri.

Hay que tener en cuenta que en vísperas de la Primera Guerra Mundial su PIB per cápita superaba el de potencias industrializadas como Alemania y Francia -las cuatro décadas anteriores había crecido a ritmo más rápido que EE.UU-. Pero pasó a situarse donde está: ni la mitad de bien que sus homólogos del mundo desarrollado. Ahora, en la elegancia decadente de la arquitectura de Buenos Aires pueden verse los vestigios de cuando era de las ciudades más de moda y cultas del mundo. ¿Qué pasó? La inestabilidad política, incapacidad para modernizarse, dependencia excesiva de las materias primas, instituciones débiles, infraestructuras poco desarrolladas, fuerza laboral poco preparada y políticas anti-comerciales, todo ha tenido algo que ver. En mi opinión los problemas se deben principalmente a la tendencia de sus ciudadanos a preferir personalidades políticas fuertes en un entorno de instituciones débiles. La gobernanza es esencial y Argentina ha tenido poquísima los últimos 70 años.

Pero las cosas pueden estar a punto de cambiar.

Tras tres decenios de populismo peronista, incluyendo doce años de administraciones erráticas de los Kirchner, los argentinos votaron en las elecciones presidenciales de diciembre un gobierno ortodoxo orientado al mercado. Desde entonces la administración de centroderecha de Macri ha acabado con un tipo de cambio de la moneda poco realista que fijaba el Gobierno, dejándola en libre flotación. Ha reducido impuestos, concedido independencia al banco central para controlar la inflación y puesto fin a una batalla jurídica de 14 años con acreedores de bonos impagados, permitiendo que el país vuelva al mercado de capitales global, mientras ha tratado de paliar parte de los efectos negativos de las reformas en las capas más pobres de la sociedad, aflojando las riendas fiscales. Así que actualmente la política monetaria sigue restrictiva. Su banco central ha llegado a subir los tipos de interés hasta 38% este año y estaremos muy atentos a datos oficiales, especialmente ahora que su instituto nacional de estadística ha empezado a elaborar la primera serie fiable de IPC en una década. El caso es que a medida que alcance objetivos de inflación habrá margen para que los tipos de interés caigan. La inflación estaba en torno a 40% cuando Macri asumió la presidencia y su objetivo es reducirla al 5% para finales de 2018. Aunque sólo logre 60% del objetivo el resultado será una Argentina más proclive a recibir inversiones.

Sin embargo, la clave para que continúen las reformas es el crecimiento. Es probable que su PIB se contraiga 1% este año, si bien esperamos se reanude el crecimiento el cuarto trimestre y en 2017. Mientras el índice de aprobación de Macri ha caído alrededor de 18% hasta 46% desde que asumió el poder y necesita el apoyo de los peronistas que mantienen el equilibrio de poder en una cámara baja fracturada.

El caso es que este año compré LEBAC, letras emitidas por el banco central argentino a corto plazo en pesos. La demanda fue tan fuerte que empezó a hacer subir la divisa, impulsando más las rentabilidades, ayudando así al banco central en su lucha contra la inflación y que el Gobierno reconstruya exiguas reservas en divisas.  Pero puede ser un lastre para el crecimiento. Así pues el banco central ha estado recortando tipos de interés -ya habían caído a 30,25% a principios de julio- e impuesto restricciones a la propiedad extranjera de estos títulos soberanos. De todas formas la combinación de un régimen fiscal laxo y política monetaria restrictiva indican que esta moneda se mantendrá fuerte, respecto a lo que otros títulos de su deuda siguen interesantes.

El Gobierno aprovechó recientemente la demanda para emitir 2.700 millones de bonos en dólares, en dos tramos. Aunque comenzó el año en impago la rentabilidad a vencimiento de su deuda a 12 años se sitúa en 6,3%, con un diferencial de 4,5% sobre la deuda del Tesoro de EE.UU. A medida que las reformas de Macri se afiancen esos diferenciales se acercarán a los de Brasil, actualmente en torno a 2,9%.

Además Argentina puede estar preparada para someterse a las consultas del artículo IV del Fondo Monetario Internacional -reuniones anuales para asegurar que los países cumplen las recomendaciones- lo que puede allanar el camino para su plena reincorporación al sistema financiero global. En última instancia se puede abrir su acceso a fuentes de financiación para emergencias, como la línea de crédito flexible del FMI, una importante herramienta para paliar crisis y un mecanismo de protección contra la volatilidad económica.