COLABORACIÓN de Donatella Strangio, profesora del Departamento de Memotef, Facultad de Economía, Universidad Sapienza de Roma.
El auge de las finanzas, iniciado en los años 70 con el despertar de la ilusión de poder generar riqueza y redistribuirla equitativamente, ha producido una serie de difíciles consecuencias en todas las grandes economías de mercado, acentuando los comportamientos especulativos y codiciosos, y presentándolos como actitudes económicamente racionales.
Las innovaciones financieras, como los productos derivados, los fondos de cobertura y las acciones privadas, siguieron a la crisis de los años 70. Estas se consideraron estratégicas para lanzar un nuevo sistema económico y reactivar una especie de edad de oro que había caracterizado a los años 50 y 60, después de la Segunda Guerra Mundial. Las innovaciones amplificaron el poder de las finanzas, apoyadas a su vez por las modernas tecnologías de la información. Pensemos que antes de la crisis financiera de 2008, el volumen de activos financieros superaba el nivel del PIB hasta 10 veces en Estados Unidos, 12 veces en Japón, 7 veces en Italia, 8 veces en Alemania y 9 veces en Francia.
El papel de las finanzas en el ascenso de Occidente
El lado patológico de las finanzas no debe, sin embargo, ocultar el hecho de que desempeñaron un papel importante en el ascenso de Occidente, incluso si desde una perspectiva histórico-económica su función real en el apoyo e impulso de los procesos de desarrollo económico sigue siendo objeto de debate (Fornasari, 2019, pp. 2-3; entre otros, véase Ferguson, 2009; Kohn 2004; Della Torre, 1990).
El término finanzas deriva de la palabra latina finare o acabar: se refiere a una anticipación concedida en vista de un pago, de un plazo determinado, con un principio en vista de un fin: el fin y el final de las finanzas coinciden (Amato y Fantacci, 2009, p. 8). Si queremos ampliar el campo, la estructura de los sistemas financieros ha dependido y depende de la eficiencia de las asignaciones de recursos y de la estabilidad del sistema económico y, por tanto, del crecimiento de una economía.
Según el economista histórico Richard Sylla, las economías que se han desarrollado más rápidamente desde la Edad Moderna, como la holandesa, la británica y la estadounidense, han sabido dotarse mejor que otras de un conjunto de innovaciones financieras, a las que generalmente se ha atribuido un impacto revolucionario (en el sentido de transformar e impulsar el crecimiento económico). En este marco, la actividad financiera pública, además, ha condicionado y condiciona la actividad financiera privada en una relación de competencia, complementariedad o sustitución (Fornasari, 2019, p. 6).
Superar el presentismo
La necesaria referencia al largo plazo es un antídoto contra el presentismo y la creencia de que solo los fenómenos actuales son relevantes. A la luz de lo que ha sucedido en el pasado y de lo que ha ocurrido más recientemente, la educación impartida desde una perspectiva financiera sigue siendo insuficiente. Así pues, el largoplacismo permite captar la persistencia y los cambios que han influido en la formación y consolidación de los sistemas financieros, y pone de relieve la complejidad de la realidad que vincula fenómenos de distinta naturaleza.
La historia de las finanzas en general, como en otros campos, pone de relieve la base del cambio y está representada por las innovaciones institucionales. Como nos enseñó el Premio Nobel Douglass North (1990), las instituciones son las reglas del juego y, por tanto, definen las normas y dan lugar a nuevos organismos para aplicarlas. Por ejemplo, a partir de la asombrosa expansión económica que recorrió muchas zonas del Mediterráneo y del noroeste de Europa entre los siglos XI y XII, el crecimiento se sustentó en una serie de innovaciones financieras. Las innovaciones introducidas por la clase mercantil en la revolución comercial fueron decisivas para ampliar y consolidar no solo el comercio con los ricos mercados orientales, de donde procedían los productos demandados por las aristocracias europeas, sino también el que tenía lugar, cada vez con mayor intensidad, dentro del continente europeo.
La "compañía de negocios"
La estructura de las empresas mercantiles y bancarias, que en aquella época eran mayoritariamente toscanas, giraba en torno a la “compañía de negocios”, una de las nuevas formas organizativas de empresa surgidas en plena transformación comercial del largo siglo XIII. Ésta había tenido como efecto la dinamización de la vida asociativa, en cuyo seno surgieron nuevos tipos de sociedades mercantiles que anunciaron los tipos modernos de empresa.
Las innovaciones que afectaron a la esfera societaria tenían ciertos objetivos: a) aumentar considerablemente la movilidad del capital; b) incrementar la rentabilidad de las inversiones; c) diversificar y repartir los riesgos que entrañaba el comercio a larga distancia (considerado en aquella época el negocio más rentable a la vez que el más arriesgado).
Entre otras innovaciones, la difusión a lo largo de los siglos del comercio de acciones de empresas y bonos del Estado acompañó la aparición de mercados financieros públicos que, durante el siglo XVII, se consolidaron en Holanda e Inglaterra, donde el comercio de deuda pública y acciones se intensificó de forma significativa.
La consolidación de los mercados financieros
Subyacente a la consolidación de los mercados financieros en el transcurso de la Edad Moderna estuvo el crecimiento de un comportamiento económico heterodoxo respecto a las normas éticas tradicionales, marcado por el juego y la especulación (Fornasari 2019, p. 49). El juego de la bolsa también se benefició del desarrollo del cálculo probabilístico, que comenzó en el siglo XVII y permitió determinar valores de probabilidad complejos y la mayor o menor frecuencia de ocurrencia de sucesos inciertos (Poitras, 2000).
La bolsa denotaba un gremio empresarial, cuyos miembros, banqueros mercantiles, corredores de bolsa, casamenteros e intermediarios de diversa índole se reunían diariamente para comerciar con mercancías y valores financieros (Fornasari, 2019; Strangio, 2022). A medida que se superaba la fase germinal de la revolución industrial y se entraba en el siglo XIX, el aumento de la producción y las economías de escala hacían necesarios flujos financieros cada vez mayores, al igual que el desarrollo del transporte terrestre y fluvial. Sin embargo, hasta principios del siglo XX, la capacidad de reunir capital mediante la emisión de acciones siguió estando limitada por la falta de información y la percepción de los inversores potenciales de los elevados riesgos que entrañaban las actividades industriales.
El nacimiento de los fondos de inversión
Dentro de esta concisa historia financiera que destaca la importancia de las instituciones e innovaciones financieras, los fondos de inversión nacieron para acercar el mundo de la inversión financiera a las personas. Esta modalidad, de la que este año se cumple el centenario de su creación, permite a quienes ahorran limitar sus riesgos, mediante la diversificación, en comparación con una inversión de mercado en un único valor. Es posible participar en un fondo de inversión incluso con pequeñas sumas de dinero. Los fondos y sus gestores son “productos” regulados, por lo que quien se afilia tiene la garantía de que su patrimonio está a salvo, pero de esta forma se estimula ese ahorro que nunca iría al mercado al tener una dirección más “tranquila” y menos aleatoria que la mera especulación financiera.
La desregulación y la globalización sistémica, a la que hemos asistido y asistimos en los últimos treinta años, aportan incertidumbre y volatilidad a quienes desconocen y no están familiarizados con la cultura financiera y atesoran sus ahorros, que de esta forma no entrarían en el proceso productivo y, por tanto, no estimularían el sistema económico.
Una historia más antigua
El nacimiento del primer fondo de inversión de la historia se remonta a 1774. Abraham Van Ketwich, un comerciante y corredor de bolsa holandés, convenció a varias personas para que suscribieran una negotiatie, es decir, “un trato”, llamado Eendragt Maakt Magt (Credem, 2023). En cambio, en 1924 se creó en Estados Unidos el primer fondo de inversión con la forma que todos los inversores conocen todavía hoy y que revolucionó el mercado de la época al abrir la puerta a la inversión a millones de estadounidenses. El fondo se llamaba Massachusetts Investors Trust y fue lanzado por Massachusetts Financial Services, una empresa que sigue activa en la gestión de activos hoy en día, donde se la conoce por el nombre abreviado de MFS.
Un contraste entre sistemas financieros
Los fondos de inversión son algunas de las innovaciones financieras dirigidas a los inversores no profesionales en el mercado financiero. Detrás de la contraposición tradicional entre sistemas financieros que privilegian el recurso al mercado (en el mundo occidental, principalmente Estados Unidos e Inglaterra y los Países Bajos) o que exaltan el papel de los intermediarios financieros (como en Italia), es posible discernir un enraizamiento diferente de las dos instituciones. El proceso de desregulación coincidió con el fin de la economía mixta, cuyos prolegómenos ya podían rastrearse a finales de los años 70.
Las crisis económicas de los 70 tuvieron profundas consecuencias para el sistema financiero. Durante esa década, se intensificó la tendencia de las empresas a recurrir más a los intermediarios de crédito, en parte como consecuencia de la primera crisis del petróleo de 1973 y de los aumentos salariales, que redujeron los márgenes de beneficio. Además, las necesidades financieras de las empresas, agravadas por la introducción del límite máximo de crédito en 1973, sólo pudieron satisfacerse mediante una expansión de la intervención financiera del Estado, que suplió así la asfixia del mercado de valores (Fornasari 2019).