El futuro del precio del petróleo, cara al horizonte de descarbonización 2030-50

Luis Fernando Utrera (IEB)
Foto: cedida por el IEB.

TRIBUNA de Luis Fernando Utrera, subdirector del Master en Bolsa y Mercados Financieros del IEB.

El proceso de descarbonización tiene a la energía como piedra angular. Cambiar combustible fósil, por energía limpia/renovable, es muy importante, pero hay que hacer más. El nuevo paradigma económico, es pasar de una economía lineal, tipo “usar y tirar” a otra circular: “usar, compartir, reparar, reutilizar”. Ese cambio afectará a nuestras costumbres y a toda la economía, incluidas agricultura y ganadería.

El cambio climático, hace 30 años, era, para la mayoría, cosa de locos visionarios, o un debate absurdo, por desconocimiento. Hoy aseguramos que es imparable y que solo podemos ralentizarlo. Pero pongamos los datos en perspectiva.

El consumo energético mundial es (2019): petróleo (31%), carbón (25%), gas (23%), biomasa (7%), hidroeléctrica (6%), nuclear (4%), eólica (2%), solar (1%). Casi 80%, son combustibles fósiles. Markandya y Wilkinson estiman que provocan, por teravatio/hora producido y sea por accidentes o contaminación, las siguientes muertes: carbón: 56,3; petróleo: 18,4; biomasa: 4,63; gas: 2,8; nuclear: 0,07; eólica: 0,04; hidroeléctrica: 0,02; solar: 0,02.

El problema es más complejo que la gasolina del coche. Hablamos de que la industria textil mundial emite más CO2 que transporte aéreo y marítimo juntos (Ellen MacArthur Institute); enviar 20 emails/día, al año genera el mismo CO2 que un viaje de 1.000 km en coche. (Energuide); en la agricultura se causa más daño a los océanos que el plástico, por el impacto de los fertilizantes usados (arrastrados por las lluvias, hasta los ríos), según datos de Trucost y ONU.

Por otro lado, el hormigón supone entre 4-8% de las emisiones de CO2. Es decir: más que el emitido por las aerolíneas según Chatham House; el agua potable será un recurso escaso. Comer un kilo de carne equivale a consumir 16.000 litros de agua (3,5 meses de duchas). Asimismo, los incendios forestales causan daños como el de Australia de 2020: emitieron 900 millones de toneladas de CO2, casi el doble que las emisiones producidas por combustibles fósiles en ese país, durante un año.

Otros casos relevantes son que Indonesia trasladará su capital, desde la isla de Yakarta, al interior, debido al cambio climático, por el aumento del nivel del mar y las inundaciones y el cambio climático está acelerando movimientos migratorios, ocasionando tensiones y potenciales conflictos en países-frontera. Dicho esto, analicemos el futuro del precio del petróleo, cara al horizonte de descarbonización 2030-50. Lo lógico sería pensar que la sustitución del consumo de petróleo, hará que su precio se hunda. Veremos si esto es posible.

En 2020 coincidieron dos fenómenos: brusco desplome de la demanda mundial del 20% (produciendo 100 millones de barriles/día, supuso un exceso de 20 millones b/d, en el momento álgido de la pandemia), junto a problemas geopolíticos en el seno de la OPEP+, incluida la guerra al fracking. La insólita consecuencia de esto último, fue el incremento de la oferta de carburante por Arabia Saudí y Rusia, lo que, junto al desplome de la demanda, ocasionó una caída histórica de precios.

Miremos al futuro: ¿cómo se comportará la oferta de crudo?

La inversión en exploración y explotación de nuevos pozos ha caído cerca de un 50% desde 2013 y nos encontramos en los mismos niveles que hace 14 años: 2007. Esto es un claro indicador de cómo ven las empresas su futuro a medio/largo plazo, especialmente compañías intensivas en capital, como es este sector.

Y si miramos al gas natural (25% del consumo de energía en EE.UU), su sostenida caída de precios, desde 13,30 dólares en 2008 hasta casi tres dólares actuales, tampoco justifica incrementar las inversiones. Si exceptuamos el fracking, el periodo medio para poner en producción nuevos pozos es entre 18 y 24 meses, por eso, la respuesta de la producción, ante incrementos de demanda, no es igual de elástica que ante caídas del consumo.

La fuerte reducción de inversiones (capex), ofrece una estructura de oferta a futuro débil.  Si la caída de la demanda acompañase, el precio debería situarse en una zona de equilibrio, en torno a los 45 $ en el medio-largo plazo. Lo que parecería lógico, dada la deseada reducción de combustibles fósiles. Pero ¿será eso lo que suceda?

¿Cómo se comportará la demanda de crudo?

Se estima que, en 2021, la demanda de crudo se incremente un 10% sobre 2020. La curva de precios del petróleo se encuentra en “backwardation” (precio spot más alto que precios de vencimientos más lejanos), provocando que muchos consuman sus inventarios (reservas), ante la esperanza de que en el futuro los precios sean más bajos.

Llevamos nueve meses consumiendo parte de las reservas y, aun así, el precio ha subido. Esto implica una debilidad estructural: hay menos margen de maniobra ante futuras subidas de precio (tiramos de inventarios cuando el precio es alto, bajando la demanda y por tanto el precio).

Podemos pensar que la razón de la subida del precio es solo por el optimismo ante la vacuna y la reactivación. Es cierto, pero hay razones de peso que indican que el precio, con momentos de volatilidad (pandemia, geopolítica), difícilmente bajará de 50 dólares el barril, pudiendo llegar, en algún momento, por encima de los 80 dólares/barril, por varias razones como que se estima que, recuperada la economía, el pico de demanda de petróleo no llegará hasta casi 2030.

Por otra parte, el ritmo de sustitución proyectado para los países OCDE no será igual que el de los países emergentes. La desinversión en nuevos pozos indica que la estructura de oferta futura puede mantenerse detrás de la demanda y no al revés. Para abrir nuevas exploraciones sería necesario que el precio subiese al nivel de “incentivo” y, aun así, sería necesario un plazo para poner en producción esos pozos.

Además, sólo si el coche eléctrico alcanza un precio parejo al de combustión, esperaríamos un movimiento masivo de sustitución, intensificando la caída de la demanda. Y la renovación del parque actual necesita bastantes años. Mientras el transporte aéreo y marítimo no tienen, a corto/medio plazo, alternativa “limpia”. Con un precio bajo de petróleo es más barato comprar derechos de emisión (CO2). Los países emergentes no renunciarán al crecimiento, aunque su uso de combustibles fósiles sea intenso.