El impacto del COVID-19 en la deuda ISR

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Foto: Jayakumar Ananthan, Unsplash

A la innumerable lista de aspectos por los que 2020 pasará a formar parte de la historia, desde el ámbito de la sostenibilidad podemos considerar 2020 como el año en el que el mercado de bonos sostenibles alcanzó su madurez.

Un mercado financiero maduro se caracteriza por su amplitud (número de títulos en circulación) profundidad (oferta y demanda) libertad regulatoria, flexibilidad para dar respuesta a las condiciones cambiantes y transparencia para los actores de este.

El año pasado el mercado global de deuda sostenible alcanzó los 465.000 millones de dólares, lo que supone un crecimiento del 78% con respecto al año anterior. El número de emisores y de títulos en circulación también se vio incrementado, así como el perfil de emisor, siendo las empresas no financieras europeas las que mayor volumen de emisiones registraban, con EEUU y China a la cabeza en volumen de deuda viva, seguidos por Francia, Alemania y Países Bajos (España se situaba en el número 11)

Sin embargo, el mercado no era del todo maduro:  más del 50% lo representaban los bonos verdes (prácticamente único activo hasta 2018) con un volumen de 271.000 millones de dólares, seguido por los bonos ligados a la sostenibilidad (una nueva modalidad de financiación para las empresas mediante la cual vinculan el cupón de las emisiones está ligado a la mejora de determinadas métricas ESG o a la consecución de ciertas metas; Enel fue la pionera en lanzar un bono de estas características cuya rentabilidad está ligada a los Objetivos de Desarrollo Sostenible). Pese al volumen, un mercado muy concentrado en cuanto a tipología de emisión y emisor.

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El año en curso está cumpliendo las previsiones de nuevos máximos de emisiones, con un incremento del 272% de incremento anual en el mes de abril, según datos de Morgan Stanley Foundation.

Sin embargo, y pese a que se espera que los bonos verdes y vinculados a sostenibilidad sigan siendo tendencia, han sido los bonos sociales los que han acaparado la práctica total de los 48.000 millones de dólares emitidos. El protagonismo en cuanto a emisores se lo han llevado los gobiernos y agencias supranacionales, tratando de financiar distintas iniciativas destinadas a paliar los efectos ocasionados por la pandemia a la que nos enfrentamos.

El crecimiento del segmento de bonos sociales (obviando por supuesto la dramática razón por la que se ha producido) ha hecho que el mercado de bonos sostenibles se pueda a empezar a considerar un mercado maduro por su amplitud ( tanto en volumen como tamaño de las emisiones y número de títulos en circulación) como por profundidad (número y diversidad de actores que configuran la oferta y la demanda) regulación, flexibilidad para dar respuesta a distintas necesidades de financiación relacionada con la sostenibilidad, y transparencia. Como en todas la crisis, hay segmentos que salen fortalecidos. Y no tengo duda de que la madurez de los mercados de financiación de actividades relacionadas con la sostenibilidad es una de ellas