El riesgo neoregulatorio y la educación financiera

Europa
Foto cedida

Las consecuencias indirectas de la crisis van a ser numerosas y mayormente negativas. A medida que se han ido agravando los sintomas evidentes del fuerte deterioro en el sistema financiero internacional, las llamadas a un mayor intervencionismo y regulación se agudizan.

Una curiosa coalición de estatistas y proteccionistas nostalgicos, junto a acomodaticios comentaristas de la situación, se está configurado para exigir mano dura y rigidez con las entidades bancarias, mercados financieros y en la configuración de los activos; aparentemente para ellos, únicos responsables de la actual debacle.

Todo ello configura un escenario de riesgo muy serio. Intentar salir de la cuasi segura recesión con un encadenado de medidas restrictivas y asfixiantes es una apuesta segura para retrasarla indefinidamente. Alerta pues ante aquellos que quieren hacer algo más que leña, cenizas diríamos, del evidente arbol caido de las finanzas internacionales.

Si deseamos no tan solo facilitar una recuperación relativamente rápida sino un retorno a la época de gran prosperidad a nivel internacional que ha precedido los momentos actuales, hemos de apostar no por más sino por mejor regulación, y sobre todo autoregulación.

En el terreno de la protección al cliente final, probablemente el eslabón más débil y usualmente más olvidado, conviene atacar definitivamente aquellas circunstancias que impiden la conveniente eficiencia del sistema.

A nuestro juicio, ninguna medida regulatoria o autoregulatoria puede pretender ser minimamente eficaz sin antes haberse mejorado muy considerablemente los conocimientos, cultura y educación financiera de los vendedores y asesores financieros por un lado, y de los clientes bancarios, inversores y ahorradores, por el otro.

Hemos de aprovechar al menos la concienciación que se genera entre el desastre de la crisis para relanzar definitivamente estas dos medidas que, ajenas a todo intervencionismo agresivo y paralizante, resultarían enormemente eficientes para contribuir a un más seguro y estable sistema financiero. La primera de estas medidas, la exigencia de cualificaciones profesionales reconocidas, certificadas y sometidas a un código ético de conducta para todo aquel profesional que influya en las decisiones financieras de particulares y familias. La segunda, el lanzamiento de campañas activas, ambiciosas y desacomplejadas para mejorar muy sensiblemente la actual escasa educación finaciera de los clientes. De hecho, proceder a una masiva alfabetización financiera.

Ambas medidas, ya intuidas por la Comisión Europea antes de la crisis y recién esbozadas con timidez por los reguladores continentales deben implementarse decididamente. Para reducir los riesgos de una nueva crisis, como alternativa a la amenaza neoregulatoria, para definitivamente dar un paso de gigante en la protección al inversor.