Fondos CTA, ¿ángeles o demonios?

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Joel Filipe (Unsplash)

Vivimos tiempos convulsos, rodeados de incertidumbre, con un exceso de informaciones contradictorias y castigados por una crisis que se sabe muy bien cuando empezó, pero que nadie se aventura a predecir cuándo acabará; en definitiva, un escenario que hace difícil que el sector financiero cumpla su principal objetivo: canalizar el ahorro hacia la inversión.

Cada vez son más los inversores que huyen de los mercados de renta variable y buscan refugio en la renta fija aunque, paradójicamente, cada vez tengan más claro que estas inversiones no les van a procurar, necesariamente, unas rentas “fijas” y, por tanto, que ya no constituyen un “refugio” seguro. Por otro lado tenemos a los malvados especuladores, los grandes culpables de todo este desaguisado y únicos beneficiarios de esta situación: son los actuales demonios, capaces de obtener un beneficio gracias a las caídas de los mercados. Socialmente su función ha quedado reducida a destruir todo aquello que pisan, como Othar, el caballo de Atila.

Mientras tanto, más allá de nuestras fronteras, los inversores han buscado y han encontrado un refugio en los CTA (o gestores de futuros), fondos que hacen de la tecnología su bandera y, mediante estrategias basadas en el análisis cuantitativo y sistemático, un preciso control del riesgo y una amplia diversificación, logran acumular resultados positivos de manera recurrente. Es como si la crisis no fuera con ellos, y no me refiero a los resultados que han obtenido en estos últimos años, que también, sino que me remonto a las tres últimas décadas. Da igual el escenario, su gestión es camaleónica, se pueden adaptar a cualquier entorno y procurar retornos positivos.

Los CTA son fondos utilizados por los mismísimos fondos de pensiones para mejorar sus ratios de rentabilidad/riesgo y los únicos que consiguen crecer en activos bajo gestión, año tras año, hasta el punto que, cada vez son más, los gestores que los clasifican fuera del sector de Hedge Funds. Son fondos que, por su baja correlación con el resto de modelos, logran optimizar la relación rentabilidad/riesgo de cualquier cartera que los incluya, permitiendo que, de manera indirecta, el inversor vuelva a acercarse a la renta variable, puesto que, en cierta manera, cuenta con un valor seguro que le respalda. Son, en definitiva, los nuevos ángeles de la gestión. 

Ya lo habrán adivinado: curiosamente los demonios de aquí son los ángeles de allí. Considero un error creer que alguien pueda dirigir todos los mercados por mucho capital de que disponga. No existe un ser maligno que quiera causar dolor y caos, existen las ineficiencias del mercado; no hay un delincuente que quiera arruinarnos y someternos, hay tendencias que precisan un análisis adecuado; y, por supuesto, no hay ni ángeles, ni demonios: hay distintos fondos en los que invertir, nada más. Sucede, no obstante, que cuando aparecen las dificultades o no obtenemos los retornos que esperábamos, en lugar de cuestionar las razones que han instruido nuestro criterio y analizarlas y corregirlas, a menudo optamos por buscar un culpable y lo demonizamos con los peores atributos que se nos ocurren. En definitiva, un cómodo ejercicio de irresponsabilidad, un recurso adolescente. Otra cosa es atender al mercado, discriminar los productos financieros que aportan valor añadido, interesarnos por ellos y extraer las conclusiones pertinentes; esto último, por supuesto, requiere una gran capacidad de trabajo y contar con un equipo competente.

Un inversor debería saber que en los mercados, al igual que en la vida en general, hay muchas más posibilidades, muchas más explicaciones, mucha más riqueza; en los mercados hay modelos que funcionan y los hay que no, los hay incompletos, los hay que están en fase embrionaria y los hay que ya no dan más de sí. No podemos obviarlo todo y, por supuesto, no podemos confundir las cosas: si algo funciona, hay que reconocerlo; y los CTA funcionan. Quien lo mira, lo ve.