Artículo de Miguel Ángel Bernal, profesor y coordinador del departamento de investigación del IEB.
Nos encontramos ante uno de los aspectos más conocidos y debatidos sobre la gestión de carteras, especialmente en los casos de la gestión de la renta variable y que además ha cobrado mucha actualidad en los últimos tiempos debido a los nuevos modelos de gestión de patrimonios.
Vamos primero con la definición de ambos tipos de gestión. Por gestión pasiva se entiende aquella que replica de forma fidedigna a un índice financiero o benchmark. Los resultados de este tipo de gestión deberán ser iguales a los que dé el índice de referencia, corregidos por el resultado de los dividendos -en caso de que no los incorpore, como es el caso del Ibex 35- y deducidos los gastos de gestión. Por el contrario, la gestión activa se entiende como aquel tipo de gestión donde el gestor intenta con su labor mejorar los resultados de un benchmark, el cual toma como referencia y con el que se mide para demostrar la bondad de su gestión, ya sea por selección de activos, alfa pura, o bien por sobreponderación o infraponderación del nivel de inversión general de la cartera frente a su índice. También como no por el mayor o menor peso de los valores que componen el índice y el adoptado por el gestor para su cartera, es decir modulando la beta de la cartera.
Para la discusión sobre ambos tipos de gestión, y la conveniencia de una u otra, es necesario referirnos al premio Noble de Economía en el año 2013, Eugene Fama, y sus estudios. Este economista, centrado en el estudio del mercado de capitales y la gestión financiero, dividió a los mercados financieros en tres clases en función de su eficiencia: fuerte, débil, y semi-débil. La visión de Fama es precisamente que la gestión pasiva sería la más apropiada para aquellos mercados que él define como de eficiencia fuerte, o si se prefiere, en los que toda la información disponible está contenido en el precio. En este caso, sería imposible batir al mercado. Sin embargo, para aquellos mercados o valores que no responden a un mercado de hipótesis fuerte, la gestión activa sería la más recomendable.
Conviene destacar que, actualmente, las posibilidades que ofrecen ambos tipos de gestión se ha visto fuertemente revitalizadas con las modernas teorías de gestión de carteras basadas en modelos core-satélite. En este tipo de modelo de gestión de carteras se destina una parte importante de la misma al denominado segmento core, que selecciona instrumentos de gestión pasiva mientras que, para la parte de la inversión satélite, aquella que recoge el importe de patrimonio que no se ha invertido en la parte core, los vehículos seleccionados son fondos de inversión de fuerte gestión activa.
La idea es crear un núcleo de inversión (la parte core) que responda fehacientemente a los movimientos de mercados por lo que se orienta a gestión pasiva, mientras que la diversificación generada por la inversión satélite en fondos de gestión activa permite de una forma conjunta batir consistentemente al mercado. Dentro de esta gestión de activos orientado hacia el alfa, se buscaría a gestores que generasen alfa de forma consistente, aún cuando sus carteras no tengan una fuerte correlación con los resultados del mercado.
Con respecto a los instrumentos de gestión pasiva, son principalmente dos: fondos índices y ETF. Su evolución y características son muy fáciles de entender pues, como he comentado anteriormente, lo que hacen es replicar ‘perfectamente’ un índice. Para su selección no hay más que comparar el fondo con los resultados del benchmark que replica, ver que los resultados de ambos son lo más similares posibles y, por supuesto, seleccionar aquel vehículo con menores gastos o comisiones.
Conviene destacar que, en el caso de los vehículos de gestión activa, lo más conveniente es que la selección se haga a través del ratio de información, pues muestra la eficiencia de la gestión al dividir el alfa de la cartera por el tracking error.
Como pueden apreciar y comentábamos anteriormente el debate sobre los dos modelos de gestión, activa y pasiva está de plena actualidad, pero más allá de cual modelo es más eficaz, habría que resaltar que ambos pueden verse de una forma complementarios y que, bien implementados a la hora de evaluar o diseñar una gestión de patrimonios, pueden dar lugar a aumentar la rentabilidad para el partícipe.