Impresiones de un analista en Bangkok

Tailandia es la “Tierra de las Sonrisas” según los mismos tailandeses y un imán para los viajeros del mundo entero que pueden asombrarse de sus contrastes y disfrutar de la extraña mezcolanza de las principales culturas asiáticas que han sabido permeabilizarse con el paso de los años, bien a través de su cercanía (como la India) o bien a través del comercio (Japón, China y Malasia, que suponen cerca del 40% de su contrapartida comercial).

Históricamente, lo más significativo de Tailandia, es que nunca fue colonizada por fuerzas extranjeras como lo fueron los países vecinos, en ocasiones gracias a su ductilidad, todo hay que decirlo. Con todo, este país siempre mantuvo su soberanía independiente, y ese es un hecho del que sus ciudadanos se encuentran muy orgullosos. Actualmente, el país opera bajo un régimen de monarquía constitucional, formada por una familia real de capa caída (el rey, muy querido, está enfermo, y el príncipe, en cambio, cada vez goza de menos popularidad debido a sus continuos devaneos amorosos) y una clase política irregular y en ocasiones corrupta, factor que ha motivado golpes de estado y revueltas esporádicas entre la parte progresista y menos desarrollada del país (los camisas rojas en el Norte) y la clase más asentada (los camisas amarillas en el Sur). Esta inestabilidad, es, quizás, la principal incógnita de un país que se encuentra a un paso de entrar en esa categoría que llamamos primer mundo. Con todo, los tailandeses parecen haber aprendido una lección clara de los últimos altercados: el dinero es miedoso (las revueltas de 2010, redujeron la ocupación hotelera en un 85%, con un impacto negativo en términos de PIB de -1.5%), por lo que con tal de no ahuyentar a los inversores y turistas extranjeros, las protestas se han vuelto cada vez más locales y menos virulentas.

Otro punto característico del país es la religión. El 95% de la población es budista. Y ello se refleja no solo en hechos puntuales, como un trato especial hacia los monjes (reciben sus alimentos de los ciudadanos en sus rondas mañaneras y hasta existen sillas reservadas para ellos en metros y autobuses), sino también en otros hechos menos tangibles como es su estilo de vida. Ellos mismos comentan que siguen "el camino de Buda", y es algo que se percibe en su amabilidad, honestidad y liberación de las necesidades materiales. Imaginamos que este espíritu de relativa despreocupación, ayuda a sobrellevar las enormes diferencias económicas existentes (sin llegar nunca a la miseria, las diferencias son, en muchos casos, abrumadoras). También suponemos que ayudan de igual modo las posibilidades de crecimiento y de poder cambiar de situación dada la boyante actividad económica (la tasa de paro roza el 1.5%).

Después de todo, una de las máximas del budismo es el cambio / la flexibilidad, y, en ese sentido, la ciudad que sobresale indiscutiblemente por encima de todas, es Bangkok: una inigualable y exótica ciudad de gigantescos extremos y enorme bullicio. La ciudad se concentra en torno al río Chao Phraya, donde se ubica la mayor parte de hoteles y actividad comercial y del río sale una extensa red de canales en los que se amontonan casas flotantes de distinta calidad. Sin embargo, el desarrollo cada vez se centra más en la parte de “tierra firme” de la ciudad, como demuestra la incesante evolución del tráfico urbano: las 24 horas del día, los coches, los autobuses, y, sobre todo, las motos y los llamados tuk-tuks (especie de motocarros para turistas), circulan peligrosamente por las carreteras de la ciudad en un continuo y caótico embotellamiento. Tal es el grado de problemática del tráfico que en 1999 el Gobierno diseñó el “sky-train” (un tren elevado que circula por encima del tumulto callejero) para aliviar la circulación y su uso a día de hoy apenas se nota. En cualquier caso, la densidad del tráfico es algo que no sorprende en absoluto, teniendo en cuenta que la población se ha multiplicado exponencialmente (ha pasado de 6 millones a 9 en los últimos 10 años) y que la estructura de la ciudad no da a basto.

Y es esta necesidad de infraestructuras, devenida del incremento poblacional, la que ha convertido a la ciudad en una fuente de incesante actividad: se trabaja en la edificación día y noche, los siete días de la semana, y en todos los sitios se asoman nuevos comercios e industrias (la agricultura apenas supone un 10% del PIB y las principales actividades están relacionadas con el turismo, la joyería, la industria textil y la automovilística). Definitivamente, podría decirse que el hombre económico es un animal social. Con todo, estas optimistas disquisiciones filosóficas alentadas por la experiencia personal, pueden verse reflejadas en números más fríos como el CAGR de cerca del 5% en términos de PIB a lo largo de los últimos 10 años). Y es que a ese ritmo y con una renta per cápita de 8.700 USD (al cambio, unos 6.100 euros), uno no puede dejar de pensar en el grado de potencialidad del país y en las posibilidades que ofrece su convergencia de cara al futuro. Sirva de ejemplo el mercado inmobiliario, aunque el acceso está cerrado a los no nacionales: ¡el metro cuadrado en la parte más cara de Bangkok cuesta cerca de 2.500 euros!

Por lo demás, también tenemos otras características extrapolables a otros muchos países asiáticos: clima tropical, comida, bastante picante por la adición de especias de dudosa procedencia, y el habitual enjambre de coches, que se dividen entre Toyota’s y Honda’s prácticamente en la misma proporción que los comercios entre la Coca Cola y la Pepsi (60/40).

En este poco tiempo, uno se da cuenta de que ésta es una ciudad (y una parte del mundo) de enormes contrastes y dicotomías. Tranquila y agitada, caótica y ordenada. Se puede cenar plácidamente en lo alto de un hotel cinco estrellas como el Mandarin Oriental o comer noodles en un puesto ambulante, arrullado por el barullo constante. Se pueden ver lujosas casas colindando, puerta con puerta, con chabolas miserables. Se puede comprar en supermercados de último nivel productos tecnológicamente avanzados o réplicas y souvenirs en puestos callejeros. Se puede vivir el bullicio urbano o la tranquilidad de los templos budistas... Puede que Bangkok no sea una ciudad para todos los gustos, pero, definitivamente, es buena muestra de un país con enorme potencial apoyado por la honestidad de sus habitantes.