La carta del Tío Warren

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No hace falta ir cada año a postrarse delante del oráculo de Omaha para darse cuenta de que el optimismo debe ser la actitud natural de todo inversor.  Basta con leer la carta anual de Buffett para recibir una formidable lección de vida. Para los que no son muy dados a la filosofía y prefieren las cifras, la buena noticia es que todo lo que expone esa carta es claro, sencillo y está garantizado por cincuenta años de track record.

Sabemos que los estadounidenses son tremendamente optimistas y, precisamente por ese motivo, son capaces de llevar a cabo los proyectos más extraordinarios: porque creen que pueden hacerlo. ¡Seamos optimistas! Buffett nos invita a serlo, no solo porque es lo más natural, sino también lo más racional.

¿Por qué es lo más natural? La razón es simple. Si somos pesimistas, no habrá esperanza, ni riesgos, ni responsabilidades que asumir, porque todo estará perdido. Entonces, ¿para qué intentarlo? Según un estudio australiano, la felicidad está vinculada a esos dos valores: el riesgo y la responsabilidad. Quizás ese sea el motivo de que mis compatriotas franceses salgan tan mal parados en los rankings mundiales de felicidad. Tenemos demasiados funcionarios mal gestionados por la administración: nos sobran burócratas y nos faltan jueces, médicos y profesores. Un país de gente que nunca se arriesga y que tiene muy poca responsabilidad, ¡qué desastre! Y esa falta de optimismo también se ve en España.

Pero, ¿por qué ser optimista resulta racional? Es cierto que mañana podrían ocurrir cosas terribles, como los terremotos que acaban de sacudir Ecuador o, una vez más, Japón. Habrá actos terroristas, hambrunas, violencia de género (aunque cada vez menos) y, sobre todo, agotadores procesos electorales encabezados por corruptos e ideólogos. Y eso solo mañana.

Sin embargo, a largo plazo, la humanidad continuará progresando. Ése es el mensaje lleno de sabiduría del maestro Warren. A los cuarenta, el rey Luis XIV era ya un anciano que sufría horribles dolores y que ni siquiera tenía televisión. Pero no hace falta irse tan lejos: en Europa, vivimos una terrible guerra hace menos de veinte años. La productividad no deja de mejorar y la tecnología e internet no frenarán su ritmo. Más máquinas y más robots no implican más paro, sino más tiempo y energía para otros servicios: medicina, enseñanza, seguridad, justicia, ocio. Por otro lado, los valores humanos también progresan. Siempre habrá locos, pero también se garantizan más derechos, para las mujeres, los niños (de los que se podía abusar con total impunidad hace menos de treinta años) y los más débiles. La democracia continuará avanzando, como lo ha hecho en los últimos 2000 años.

Para un inversor que apueste por el futuro, resulta esencial ser optimista. Invertir en una empresa es confiar en personas que apenas conoces, con la esperanza de que harán verdaderos milagros para resistir frente a cientos de competidores, reales o potenciales, cuyo único objetivo es robarles a sus clientes, a sus mejores empleados, sus productos y su saber hacer.

Debemos ser capaces de invertir siendo conscientes de que las guerras, los atentados, las pandemias, los ciclones e, incluso, las elecciones, perturbarán inevitablemente nuestros planes. 

Hay que ser muy optimista para creer que el fin del mundo solo se producirá una vez y que, cuando todo el mundo grita que ha llegado el fin, es el momento de arriesgarse. Hay que ser optimista para ser paciente y disciplinado y no precipitarse ante la primera oportunidad que surja, para creer que, a fuerza de trabajo y de creatividad, acabará presentándose una buena idea de inversión, sin que tengamos que asumir riesgos excesivos e injustificados.

Sin optimismo, es imposible vivir intensamente el presente. Y, cuanto más intensamente vivamos el presente, más capaces seremos de proyectarnos hacia el futuro. El tío Warren es un auténtico yogui que vive cada segundo con inusitada intensidad, lo que siempre le ha permitido pensar a diez, veinte o, incluso, cincuenta años vista. 

Quien quiera hacerse rico en un año, acabará ahorcado a los seis meses, este aviso lo lanzó ya Cervantes a los pesimistas que tienen demasiada prisa por triunfar y no creen en el futuro.

Escuchemos con atención a Warren Buffett, empapémonos de sus consejos, leamos sus cartas. Y, como él, ¡seamos felices, seamos optimistas!