Qué ha sido del hype de las criptodivisas

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zcopley, Flick, Creative Commons

Hace casi dos años, bitcoin se situaba entre los temas de mayor atención de todo el mundo, con una evolución de su precio que parecía no tener techo. Tal fue el fervor, que el tema bitcoin se coló hasta en las sobremesas de las navidades de 2017 de muchos hogares y diferentes mercados organizados en EEUU anunciaban la cotización de productos derivados (futuros) sobre esta criptodivisa, la primera de su especie. La evolución de su precio ha sido toda una montaña rusa: en diciembre de 2017 alcanzó sus niveles máximos históricos cercanos a los 20.000 dólares (con una revalorización de más de un 1000%) y doce meses después caía hasta los 4.000 dólares. Si hoy preguntáramos a cuánto cotiza el Bitcoin, seguramente ya mucha gente no nos sabría contestar (se sitúa en el entorno de los 9.500 dólares).

¿Ha ido la evolución en precio ligada a una pérdida de entusiasmo por las criptodivisas? Las evidencias parecen señalar que la respuesta más directa a esta pregunta es un sí rotundo. Si analizamos las búsquedas en Google sobre Bitcoin se observa una elevada correlación con su precio. No obstante, el menor fervor tras el pico de 2017 no significa que su desarrollo se haya paralizado, más bien al contrario, ya que en la actualidad existen más de 2.000 criptodivisas, y que no sigan apareciendo proyectos de notable calado y no poco interés.

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La mayoría de estas nuevas iniciativas están dirigidas a tratar de paliar las principales debilidades que en la práctica se han observado en los mercados de criptodivisas para tratar de diseñar nuevos productos que, apoyándose en la tecnología blockchain y beneficiándose de sus múltiples atributos como son la trazabilidad y la inmutabilidad, corrijan ineficiencias principalmente ligadas a la seguridad y la volatilidad.

Uno de los problemas de los criptoactivos es la elevada volatilidad que presentan. La decisión de comprar, por ejemplo, un coche en bitcoins en lugar de en USD supone una incertidumbre inmensa en cuanto a su precio final. En diciembre de 2017 se podía dar el caso de que en el momento de la negociación se fijaba un precio de un bitcoin a un cambio de 10.000 dólares que al mes siguiente suponía un coste adicional de 5.000 dólares porque el precio del bitcoin se había incrementado un 50%.

Para intentar dar solución a estos problemas se ha empezado a desarrollar un nuevo tipo de criptodivisas, las denominadas stablecoins. Estas criptodivisas intentan, en una versión digital, imitar a las divisas fiduciarias (dólar, euro, etc.). En este sentido, algunas stablecoins fijan su valor a divisas como el dólar o el euro en relación de paridad. Otras stablecoins pueden fijar su valor frente a otros activos, como el oro. De este modo, las criptodivisas se transforman en un medio de cambio digital sin volatilidad.

Otro de los problemas que desencadenó la caída del precio de las criptodivisas fue la falta de seguridad de los “exchanges”. Los exchanges son plataformas donde se compran y venden criptodivisas. En definitiva, se trata de registros de criptoactivos centralizados (un organismo concentra las claves que dan acceso a los criptoactivos), lo que hace que sean un objetivo muy atractivo para los hackers. A diferencia de lo que ocurre si se roba una tarjeta de crédito (el banco asociado puede revertir una transacción), con los criptoactivos no existe esa posibilidad: el organismo responsable de tal cosa sería la propia blockchain, descentralizada y que no se ve comprometida cuando un exchange es hackeado. Este problema sigue siendo uno de los principales escollos en el desarrollo de los criptoactivos, que quizá los bancos centrales puedan dar solución.

El Riskbank ya cuenta con un programa piloto para el desarrollo de su propia criptodivisa, el e-krona. Ante la falta de circulación de efectivo y el creciente uso de las tarjetas de crédito en Suecia, el Banco Central se estaría planteando la posibilidad de emitir e-kronas para evitar un bloqueo del sistema en caso de una crisis de confianza. En dicho escenario, los agentes mantendrán su acceso al dinero sin provocar una situación de fuerte inestabilidad financiera: se ofrecería, en última instancia, la tranquilidad de que, en un evento de crisis, el respaldo del dinero digital seguirá siendo el banco central, sin riesgo de crédito.

Otros bancos centrales, como el BCE y el BoJ, también estudian, a través del proyecto Stella, las posibilidades de uso de tecnología blockchain en la infraestructura de mercado (analizando de momento casos de uso en grandes pagos, entrega de valores, y pagos internacionales). El desarrollo de proyectos de divisas digitales por parte de los bancos centrales empieza a cobrar más relevancia: según una encuesta del BIS, cerca del 70% de los encuestados (80 bancos centrales) está (o pronto estará) realizando trabajos relacionados con criptodivisas emitidas por bancos centrales. De estos, más del 50% está investigando la aplicación de divisas digitales en una doble perspectiva: que sirva para transferencias interbancarias y para un uso global.

En resumen, más allá del hype vivido hace ya dos años y la relativa caída en el olvido de las criptodivisas desde entonces, las innovaciones en esta materia siguen adelante y es posible que pronto estemos analizando el impacto económico que estos nuevos desarrollos tecnológicos puedan suponer.