Salida de la crisis en un periodo agitado

Michel Cicurel, CEO de La Compagnie Financiere Edmond de Rothschild Banque Tras dos años de tempestad, acaba de aparecer un arco iris en esta terrible crisis. Sabemos que no hay que dar nada por sentado, pero empieza a correr la voz de que esto no es lo peor. Intentamos, con todas las letras del alfabeto, una lectura de la salida de la crisis, pero sigue siendo indescifrable. ¿Arribará a buen puerto el barco ebrio de la economía y finanzas mundiales? ¿Y cuándo? ¿Habrá una brújula que señale el rumbo, cuando una inversión de los polos nos hace perder el norte? Hace un año, el Apocalipsis parecía inverosímil, pues los Estados y las bancas centrales no podían dejar que se repitiera la crisis de los años treinta. Lehman fue la excepción que confirmó la regla. Pero un año después, todos los polos se han invertido.

- Los grandes bancos, sobre todo estadounidenses, han seguido creciendo tras la absorción de sus colegas menos afortunados. Ayer, eran demasiado grandes para quebrar, hoy son demasiado grandes para ser controlados por su dirección y por las autoridades competentes, y tal vez demasiado grandes para que sean salvados por Estados ahora exangu?es.

- Ya que los Estados, garantes últimos, se encuentran bajo la vigilancia de las agencias de calificación financiera. Son muy pocos los países realmente amenazados de insolvencia. Pero el síndrome japonés está al acecho de todos los países desarrollados: la fiebre del ahorro por temor a que el Estado sobreendeudado no recurra al rigor y a las exacciones fiscales. Y sin la confianza del consumidor, el crecimiento de las naciones ricas se vuelve anémico.

- Los bancos centrales, que junto con los Estados han servido de sistema bancario de reserva, atraviesan por su parte un momento difícil. Balances inflados de productos tóxicos y de una deuda soberana que resulta sospechosa. Avalancha de liquidez para cortar el incendio, percibido por los agentes económicos como papel mojado. Además, si el oro sube, no es por anticipación inflacionista, sino debido a la sospecha que pesa sobre las grandes monedas. Y en caso de emergencia, los bancos centrales han llegado a su límite, ya que no es posible bajar los tipos de interés por debajo de cero.

En suma, para evitar el riesgo de depresión mundial, habremos acentuado, con justa razón, las desviaciones generadoras de la crisis. Los grandes bancos se han hecho gigantescos. En nombre de la virtud, a los Estados occidentales laxistas se les pide gastar sin contar. Los bancos centrales que han inundado la economía mundial con liquidez tras la crisis del Internet, están obligados a inundarla aún más masivamente. Al iniciarse 2010, la economía mundial está en reactivación, efectivamente, pero con ventilación artificial. En caso de recaída, no queda ningún recurso: el artista trabaja sin red. Solo debemos contar con el inicio de un círculo económico y financiero virtuoso que restituya sus derechos a la economía de mercado.

A este efecto, la concertación internacional intenta abrirse paso entre los progresos de la regulación y la reeducación de los mecanismos de mercado. Pero los directores de la salida de crisis saben perfectamente que dirigen una sinfonía inconclusa. En esta crisis inédita, hay que improvisar constantemente. Cada uno siente que el azar guiará sus pasos y que habrá que actuar en función de las circunstancias. Industriales, banqueros, aseguradores, comerciantes, inversores, responsables políticos, escuchen la voz del barco ebrio a la deriva: «Más ligero que un corcho bailé sobre las olas». Se acabaron los dogmas, la masa, la rigidez. El deber de incertidumbre se impone. Y el de la flexibilidad, la reactividad, la atención.

¡Citicorp, AIG, General Motors, los goliats de la hiperpotencia mundial han quedado fuera de combate! La gran empresa, convertida aún en más grande, tendrá que intentar hacerse más pequeña. Pero también será necesario que las pequeñas, como las grandes, dividan sus riesgos. Ya que ahora todo lugar encierra un riesgo.

Cuidado con los falsos abrigos en este extraño periodo en que las seguridades han dejado de ser seguridad. Cuando el mundo se metamorfosea, junto a campos floridos siembra campos minados que hay que saber cruzar sin daños ni lamentaciones. Ora liebre, ora tortuga, táctica y estratégica. Reaccionar rápido para sobrevivir al presente. Escudriñar el horizonte, para construir el futuro.

Tras los tumultos de esta enigmática salida de crisis, los nuevos fermentos de creación de riquezas abrirán la vía real. Para la economía mundial, este caos es el signo precursor de una nueva edad dorada. Ciertamente, el océano de liquidez fabricará una burbuja tras otra, habrá que reconocerlas, adaptarse a ellas y dejarlas antes de que se rompan. Pero con burbujas podemos fabricar champán, a condición de reunir talentos. Algunas burbujas no son sino homenajes impacientes que se rinden anticipadamente a realidades futuras. Ya que también hay buenas burbujas que anuncian el porvenir. La explosión de burbujas de este siglo, la del Internet, o la del crédito iniciado por la complicidad sino-estadounidense, o incluso la de la emergencia ecológica en Copenhague, no alteran en nada la ola de fondo: el empuje del Asia emergente y las tecnologías digitales, y el de la ecología son los motores potentes de un crecimiento mundial seguramente brillante en los próximos decenios. Naturalmente, para quien desee emprender esta vía, no hay oportunidad sin riesgo. Pero en este principio de calma, donde sigue habiendo muchos peligros, cada uno ha de decidir: el mayor riesgo es no arriesgarse.