Tribuna de Jaime Pérez-Maura, director de Desarrollo de Negocio de Allfunds Bank
A los seres humanos nos gusta lo gratuito, pero nos equivocamos si nos sentimos culpables por ello. El atractivo de algo gratuito está ahí, inherente a la condición humana. La sensación de conseguir acceder a algo de manera gratuita es parte del atractivo, es un incentivo más al vender algo, al tomar decisiones.
Hay quien intenta hacer de aquello que es gratuito un constante menoscabo de su valor como si el precio condicionara siempre la utilidad de las cosas, algo curioso si miramos a nuestro alrededor y vemos que existen múltiples modelos gratuitos y freemium que no hacen sino plantearnos que no solo es el presente, sino posiblemente el futuro: Google, Facebook, Whatsapp, o incluso esta revista si me apuran, son modelos donde lo gratuito es compatible con el valor. En estos casos pocos profundizan y van más allá; nadie pone en cuestión que detrás existen intereses económicos, banners y sponsors que hacen posible el acceso a tal gratuidad, porque es mayor la utilidad que reciben, que la duda que les genera la forma de conseguirlo. Por el otro lado, si aquello que se presenta no tiene valor, curiosamente el precio acaba por matar definitivamente su atractivo. Algo gratuito sin valor, es como un barco en el Sahara, como un roscón de Reyes un 15 de agosto.
El equilibrio entre precio y valor es siempre clave, pero no podemos negar el sex appeal de lo gratis y que existen modelos totalmente compatibles dependiendo de la fórmula que se utilice. Hay quien piensa firmemente que si las sardinas fueran más caras, serían consideradas un bien muy preciado; no son gratuitas pero sí tremendamente baratas para el valor que tienen.