¿Encrucijada?

La volatilidad de los precios es una especie de marea que renueva a los mercados financieros. Para que los mercados tengan profundidad es necesario que haya todo tipo de inversionistas. Por lo que cuando se llega a situaciones como la actual, donde hay un exceso de liquidez inyectado por los bancos centrales de EE.UU., Japón e Inglaterra; bajos niveles de tasas de interés no vistos desde la década de los cuarenta del siglo pasado, una enorme aversión al riesgo de parte de quienes perdieron dinero durante la Gran Crisis Financiera de 2008, se crea un clima de inversión muy difícil de procesar.

Hay momentos en que parece que todo el mundo quisiera jugar sobre seguro, los inversionistas institucionales siguen comprando acciones de compañías de EE.UU., que en términos históricos no están ni muy baratas ni muy caras. Los bonos basura alcanzan retornos mínimos que nos hacen preguntarnos si tiene sentido jugársela con compañías que enfrentan grandes desafíos a cambio de una compensación bastante menguada. Además, todo esto sucede en momentos en que parece que no hay noticias que puedan perturbar la confianza imperante: ni los problemas del medio oriente, ni los predicamentos de Ucrania, ni la recuperación Europea que no termina de cuajar, ni los problemas de la familia Espírito Santo de Portugal.

En un mundo así, ganan dinero los que venden productos derivados, que son pólizas de seguro contra bruscos movimientos de precios, los cuales últimamente no suceden, al fin y al cabo cuando el siniestro no sucede, los aseguradores no indemnizan a los asegurados y el asegurador cobra completa la prima (Put y/o Call).

Para los especuladores de muy corto plazo, y para muchos mayoristas (market makers) la ausencia de una tendencia definida en el movimiento de precios y tasas es sinónimo de oportunidades pérdidas.