El shock emocional que sufrirá el inversor tras los resultados obtenidos el año pasado se prevé importante, lo que supone un grandísimo reto para estos profesionales, que tendrán que hacer frente a preguntas difíciles que deberán responder con argumentos de peso.
El 2018 pasará a la historia como un año extraordinariamente malo en los mercados financieros. Extraordinario porque nunca antes tantas clases de activo habían ofrecido en un año natural una correlación tan elevada. Y malo porque esa correlación ha jugado en contra del inversor, con rentabilidades negativas. No ha habido refugio posible. Prácticamente todas las clases de activo han cerrado el año ofreciendo pérdidas (ver gráfico 1: fuente Candriam). A buen seguro, los inversores no van a estar nada satisfechos cuando vean sus extractos. Teniendo en cuenta que el mayor golpe lo han sufrido las carteras conservadoras, el shock emocional se prevé fuerte, lo que supone un grandísimo reto para los banqueros privados y los asesores financieros, que a la hora de explicarles los resultados a sus clientes tendrán que hacer frente a preguntas difíciles que deberán responder con argumentos de peso.
Como, por ejemplo, la de por qué no deshacer sus posiciones en el mercado para entrar en un futuro, cuando éstos ofrezcan más oportunidades. En realidad, la historia demuestra que esto es un error. Estas operaciones de entrada y salida se hacen generalmente en los peores momentos y generan pérdidas significativas de rentabilidad para el cliente. Esto se plasma en los fondos, donde el retorno que logran los gestores casi nunca casa con la rentabilidad que se llevan los partícipes. El inversor acostumbra a vender cuando los mercados ya han caído y a comprar cuando han subido. Es un sesgo conductual muy típico que, al final, tiene un precio que Morningstar ha cuantificado. Haciendo la media ponderada por activos de los fondos domiciliados en Luxemburgo, la firma de análisis ha determinado que el hachazo en rentabilidad en los últimos diez años ha sido de 74 puntos básicos.
Otra pregunta complicada que le harán los clientes a sus banqueros privados y asesores financieros es por qué no posicionarse en liquidez si esta estrategia ha sido la más rentable el año pasado. Y es cierto. “Para los inversores en dólares el efectivo ha sido la mejor clase de activo por primera vez desde el año 1986 y una cartera compuesta al 75% por bonos y al 25% por acciones globales ha perdido un 1%. Pero esto solo ha ocurrido en 2008 y, anteriormente, en 1994”, señala Luca Paolini, estratega jefe de Pictet AM. Es decir: es algo muy poco habitual. Cuando ocurre, lo irracional es vender después de haber encajado el golpe. Salir de la renta variable tras el desplome de 2008 hubiese sido, sin duda, la peor decisión posible. Las pérdidas se hubiesen materializado y el inversor se hubiese quedado al margen de uno de los mayores mercados alcistas de la historia.
En realidad, mantener la mayor parte del patrimonio en depósitos bancarios, cuentas a la vista o estrategias de renta fija de corta duración puede funcionar un año, pero a largo plazo no es una idea muy rentable. Al menos, no lo es si esta estrategia se dilata a lo largo del tiempo. De hecho, hacer esto solo garantiza una rentabilidad que supondrá una progresiva pérdida de poder adquisitivo. Si se enrocan en esta idea, su capacidad adquisitiva en el futuro se verá muy mermada. “En Europa, lo que hace diez años costaba 100 euros hoy vale aproximadamente 111, mientras que 100 euros reservados en liquidez entonces actualmente serían 102. Es innegable que, debido a la inflación, ha habido una pérdida de poder adquisitivo que hace que el efectivo haya sido la peor clase de activo”, subrayan desde Fidelity. Para los que se mantienen en depósitos, los últimos años han sido terribles a nivel de pérdida de poder adquisitivo.
Pero… ¿por qué seguir en los mercados si cada vez hay más voces que alertan de que nos aproximamos a una recesión? He aquí otra buena pregunta que los clientes casi con toda seguridad plantearán a sus banqueros y asesores. Es cierto que estamos ante uno de los ciclos más largos de la historia y que los mercados anticipan, pero también que una recesión puede tardar en llegar mucho más tiempo de lo que los inversores imaginan. Y eso significa que, si deshace posiciones antes de tiempo, puede perderse importantes rentabilidades. En J.P.Morgan AM han estudiado este fenómeno y han llegado a la conclusión de que los inversores han perdido de media una rentabilidad de más del 35% por estar fuera de los mercados durante los últimos dos años del rally y más del 18% si se han quedado al margen el último año.
Además, nadie puede predecir con precisión cuál será el alcance de la siguiente recesión, como tampoco la profundidad de la corrección de los mercados. “El inversor tiende a pensar que después de un mercado alcista como el que hemos vivido viene una fuerte caída, pero en los últimos 18 años sólo hemos tenido dos. El riesgo de asistir a otro 2008 es limitado. Quizás vengan nuevos descensos, como los que se están produciendo, que permitan comprar más. No es una cuestión de tratar de hacer market timing, sino de ser paciente”, destaca David Polak, director de inversiones en Capital Group. El 93% de los activos han registrado en dólares rentabilidades negativas el año pasado. Nunca antes este porcentaje había sido tan elevado. ¿Cuál es la probabilidad de que esto se repita? ¿Hay hoy más o menos oportunidades en el mercado? Son preguntas que los inversores deben hacerse.
Todo esto no significa, sin embargo, que los banqueros privados y asesores financieros no deban hablarle claro a sus clientes. Las cosas en los mercados están difíciles. Es algo que reconocen incluso los responsables de las propias gestoras. “Este año las cosas van a seguir estando complicadas. No se puede decir lo contrario. Las expectativas deben ser realistas”, afirma Carla Bergareche. La mayoría de los expertos coinciden que, con unos bancos centrales aplicando políticas menos acomodaticias, la volatilidad en los mercados aumentará. Pero, para esto, la mejor solución no es la de deshacer posiciones, sino la que apunta la propia directora general de Schroders para España y Portugal: alargar el horizonte temporal de las inversiones.
Es decir: ni market timing, ni posicionarse en liquidez: la mejor estrategia -al menos, así es lo que demuestra la historia- es mantener la cabeza fría y pensar en el largo plazo invirtiendo en buenos fondos. Si se confía en el gestor, lo mejor es no tocar excesivamente la cartera. Lo demuestra la cartera de control de Morningstar (en inglés Do Nothing Portfolio o cartera “no hagas nada”, publicada en el informe Mind the Gap 2017), que utiliza las rentabilidades totales de los fondos ponderadas por activos al inicio del periodo. Básicamente, este parámetro indica qué habría ocurrido si los inversores no hubiesen movido sus carteras en los últimos cinco años, lo que permite aislar los cambios realizados durante el periodo analizado al comparar la rentabilidad de los inversores típica (medida como las rentabilidades que obtienen los inversores ponderadas por activos usando el promedio de todo el periodo) con la cartera Do Nothing. No hay sorpresas: ésta última es la que se comporta mejor.