La apuesta sigue siendo la misma

El pasado martes 25 de marzo, la agencia Fitch, una de las tres principales calificadoras del mundo, bajó la calificación crediticia de la deuda venezolana de B+ a B, debido a la inestabilidad macroeconómica y la lentitud del ejecutivo en tomar en medidas para atacar la inflación y las distorsiones en el mercado cambiario.

Una calificación de B, cinco peldaños por debajo del grado de inversión, nos pone en un “selecto club de pagadores” que incluye al Líbano, Ecuador, Ghana y Ruanda; y la misma siempre se asocia a situaciones de alto riesgo que de no corregirse podrían llevar a los emisores de dicha deuda al status de insolvente.

Para gente poco familiarizada con los mercados internacionales de renta fija, oír tal noticia mientras hace una cola en la autopista o en el supermercado podría generarle una razón más para alimentar su depresión, por ello vale la pena recordarle que cambios en las calificaciones crediticias no revelan nueva información. Simplemente dejan por escrito las impresiones que desde meses atrás comparten inversionistas institucionales, analistas de la banca de inversión y los fan de la macroeconomía.

La tarde del anuncio la gran mayoría de los precios de los títulos de la República y PDVSA mantuvieron la tendencia alcista que comenzó alrededor del 20 de febrero cuando se público la nueva Ley del Régimen Cambiario y sus Ilícitos, que como todo el mundo suponía era el primer paso para crear un nuevo tipo de cambio más accesible a todos los interesados.

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