Cómo los players de trading cuantitativo han batido al mercado en 2018

Igor Alonso
Foto cedida

Si hay algo que no se le puede negar al gran Warren Buffet, es su gran capacidad de generar frases célebres sobre el mundo de las inversiones. Pocas veces un apodo, Oráculo de Omaha, puede resultar más apropiado para una figura, que en cada frase esconde gran conocimiento, pero, sobre todo, sensatez, lo cual es sorprendente que a veces se eche de menos en el sector.

Dentro de estas frases, una de las que más me gusta, y que sinceramente, más he parafraseado, es la de “sólo cuando baja la marea se sabe quién se bañaba desnudo”. Me gusta por su simplicidad, por ser tan gráfica, y sobre todo porque refleja perfectamente uno de los grandes problemas instalados en la industria de inversiones: la evolución natural de los mercados camufla frecuentemente las estrategias de los gestores, y solo ante situaciones de estrés realmente se ven las consecuencias.

El pasado ejercicio, fue precisamente un año en el que la marea bajó. El 2018, podemos calificarlo como un año horrible para los mercados financieros, prácticamente todo terminó en rojo. Pero ¿cómo afectó esta situación a la industria de inversión colectiva?

Si nos ceñimos a la clasificación de fondos establecida por Inverco, la asociación de Instituciones de Inversión Colectiva y Fondos de Pensiones, salvo una única excepción, la totalidad de las categorías de fondos han tenido pérdidas en el año, incluso aquellos considerados más seguros, como son los fondos monetarios y de renta fija a corto plazo.

Pero, incluso los fondos de retorno absoluto, a priori más independientes de la evolución coyuntural de los mercados, han sido arrastrados por éstos. Los retornos no han sido catastróficos y evidentemente, fue mucho peor el año 2008, pero por aquel entonces, al menos los fondos conservadores, que concentran una mayor inversión global, tuvieron ganancias.

Es decir, las gestoras nacionales no fueron capaces de soslayar la evolución de los mercados, pero ¿por qué no lo fueron, incluso los de retorno absoluto? En primer lugar, debemos hacer una reflexión sobre cómo está construida la inversión colectiva en España.

La industria inversora en nuestro país, se ha cimentado fundamentalmente bajo dos clases de activos, la renta fija y la renta variable. Aunque muchos fondos se denominen de muchas maneras o se engloben bajo diferentes términos: gestión activa, pasiva, value, growth, roboadvisors. Todos ellos están creados a partir de una beta de mercado sobre ambas clases de activos. Es decir, sus retornos presentan dependencia de la evolución de aquellos, de tal forma, que si estos no se revalorizan, sus inversiones tampoco lo harán, independientemente de la modalidad de inversión bajo la que se encuentren. ¿Esto es bueno o es malo?

Ambas clases de activos, tienen un teórico motor de rentabilidad: la renta variable ha tenido históricamente retornos positivos en el largo plazo (ya se han encargado los organismos públicos de que así sea) y la renta fija, en contextos “razonables” de tipos de interés positivos y salvo quiebras (ya se ha encargado los organismos públicos de que no ocurra, al menos de forma masiva), también han concedido rendimiento positivo a sus poseedores.

A su vez, ambas clases de activos presentan un comportamiento inverso, denominado descorrelación, de forma que si la renta variable sufre, la renta fija compensa a aquella, por considerarse un activo refugio y por tener un contexto favorable de política expansiva. Y si la renta fija sufre, por estar en una política económica restrictiva, probablemente estamos en un ciclo alcista de los mercados de renta variable. En definitiva, a priori tiene sentido una combinación de ambas clases de activos, para el inversor final. En este sentido, la industria ha sido autocomplaciente y no se ha visto en la necesidad de buscar nada más.

Pero ¿qué sucede cuando un año, esta descorrelación se rompe y ambas clases de activos se alinean en sentido negativo? ¿O cuando en un período amplio, ciertos mercados no dan apenas rentabilidad? Pues que la industria financiera da unos muy pobres resultados a los inversores, que en término medio global tienen que ver sus inversiones en plazos de varios años, si quieren ver retornos positivos, o muy extensos si quiere batir la inflación.

Y es que, como comentábamos al comienzo, la marea bajó y dejó constancia de varias cosas: la industria presenta una dependencia total de la beta de mercado, incluso en aquellos fondos que buscan retornos absolutos. Necesita de la descorrelación entre la renta fija y renta variable para presentar resultados estables en el tiempo. Y por último, nos indica que no ha sido capaz (o no ha querido) encontrar otras opciones de inversión alternativas.

No obstante, ante cualquier “crisis”, siempre surge una oportunidad: en 2018 ha habido estrategias cuantitativas que sí han sido capaces de dar retornos positivos pese al contexto vivido. Frente a la gestión tradicional, la gestión cuantitativa se fundamenta sobre un método científico de toma de decisiones, a través de sofisticadas técnicas matemáticas y estadísticas. No presenta necesariamente una dependencia directa de la dirección de los mercados, pues puede posicionarse en ambos sentidos, alcista o bajista, y juega al movimiento más probable, sin sesgos ni emociones. Y, sobre todo, su evolución puede descorrelacionar el resto de las estrategias tradicionales que podamos tener en la cartera, lo cual, siempre favorece la estabilidad de una cartera. Es decir, permite cubrir las carencias actuales de la industria.

En definitiva, se pueden encontrar alternativas que frente a un entorno hostil permitan obtener rentabilidades positivas. El descubrirlas está hoy en día en el “Debe” de la industria, que tendría que no ser tan autocomplaciente e inmovilista, y ser más receptiva a nuevas modalidades de inversión que nos permitan derivar retornos positivos y estables en el tiempo al inversor final, que, al fin y al cabo, es de lo que se trata.