Guy Davies pasa revista a las necesidades actuales de la transición energética y el filón de inversión que suponen. Comentario patrocinado por BNP Paribas Asset Management.
TRIBUNA de Guy Davies, director financiero de Renta Variable y director financiero global adjunto, BNP Paribas AM. Comentario patrocinado por BNP Paribas Asset Management.
La optimización se propone elevar al máximo la efectividad o lograr el mejor uso posible de una situación o recurso. Actualmente explotamos los recursos naturales del planeta sin prestar atención al origen de nuestros alimentos, a la cantidad de energía consumida o a cómo podemos minimizar los residuos. Tal comportamiento ha dejado de ser sostenible, y la transición necesaria a un modo de vida más optimizado creará oportunidades de inversión significativas al transformar radicalmente nuestros hábitos de consumo, el uso de la energía y las prácticas industriales.
El sobregiro de nuestros recursos
La actividad humana lleva tiempo poniendo en peligro a la biodiversidad. Nuestro modelo económico de extraer, producir y tirar tiene un efecto desestabilizador sobre la calidad del aire y del agua, el uso de la tierra y el clima. Una manera de cuantificar el impacto de este consumo excesivo es el día del sobregiro de la Tierra, la fecha anual en que la demanda de servicios y recursos ecológicos supera lo que el planeta puede regenerar en dicho año. En 2023, dicho umbral se alcanzó el 2 de agosto. Debido a nuestro fracaso continuo a la hora de abordar este problema, este día se alcanza con creciente rapidez cada año.
Es obvio que esta situación está lejos de ser óptima, pero también tiene graves implicaciones para los inversores. Algunos estudios sugieren que un 55% del PIB mundial está expuesto a riesgos naturales significativos y que la cadena de valor de todos los sectores de la economía depende en cierta medida de la naturaleza. Energía, minería, suministro público y alimentación y bebidas, por ejemplo, figuran entre las industrias más expuestas. La pérdida de biodiversidad no solo tiene potencial de afectar a las empresas a través de riesgos directos: riesgos asociados como los de litigios y cambios regulatorios también podrían tener un impacto financiero significativo.
Si bien es poco probable que estos hábitos económicos cambien de la noche a la mañana, sí podemos esforzarnos para reducir la huella del ser humano sobre la biodiversidad. Desvincular el crecimiento económico del uso de recursos crearía un modelo económico más circular, un sistema resiliente en el que los materiales pueden reciclarse, reutilizarse o reconvertirse en lugar de desecharse. En este mundo circular, las ganancias de eficiencia son cruciales. Esto no solo significa reciclar más residuos, sino también sacar más partido a lo que reciclamos, utilizar soluciones de movilidad eléctricas, adoptar productos digitales y reducir el envasado (sobre todo el plástico).
Un sistema económico más optimizado debería engendrar prácticas industriales virtuosas, reducir la presión sobre los recursos e impulsar el crecimiento económico a través de la creación de empleo, generando de esta manera valor para los inversores.
La ecuación de la eficiencia energética
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) califica la eficiencia energética como el "primer combustible" para transiciones hacia la energía limpia. Pero su definición de eficiencia energética no solo considera cómo generamos electricidad, sino también cómo la consumimos. Así, el sistema energético no solo requiere alejarnos de los combustibles fósiles (un aspecto crucial para lograr los objetivos de neutralidad de carbono) sino que debe combinarse con otras medidas, como una mayor electrificación de los sistemas de transporte, cambios de comportamiento y nuevas prácticas industriales.
Para empezar, la manera en la que generamos electricidad está lejos de ser óptima. Los combustibles fósiles no solo son dañinos para el medioambiente: debido a la energía y mano de obra necesarios para su extracción, tan solo una parte de su potencial energético original se convierte en electricidad. Dado que la energía renovable procede de elementos naturales e inagotables, como por ejemplo el viento, el sol o el agua (en el caso de la energía hidroeléctrica), su tasa de conversión es mucho mayor. Por ejemplo, el carbón solamente convierte un 29% de su energía original en electricidad, pero el viento lo hace un enorme 1164%.
Junto al avance mayor de lo esperado en el componente de energía limpia de la ecuación energética, la AIE pronostica que la demanda de petróleo, gas natural y carbón tocará techo antes de 2030. En este contexto, también deberemos replantearnos cómo consumimos energía. En el frente doméstico, esto significa mejorar el aislamiento térmico de nuestras casas, sustituir calentadores de gas por bombas de calor e instalar electrodomésticos con una mayor eficiencia energética. Para la industria, rehabilitar y actualizar fábricas con los mejores sistemas disponibles contribuirá a la eficiencia, mientras que mejorar la reparabilidad de los productos y poner fin a la obsolescencia programada reducirá el desperdicio. Estas iniciativas conllevarán un coste considerable y podrían crear valor para los inversores.
El dilema de los minerales esenciales
La visión de un mundo optimizado depende en gran medida de la digitalización y la electrificación de los sistemas económicos existentes, como por ejemplo el transporte y la generación de energía limpia. Las tierras raras son un componente esencial de estas tecnologías, pero la creciente demanda de estos minerales y el afán de los países de asegurarse su suministro han fomentado el proteccionismo y conducido a la aparición de monopolios.
Desde una perspectiva medioambiental, la minería de minerales esenciales genera malestar en torno a la extracción de agua, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y la biodiversidad. Casi 1300 minas y zonas de exploración se hallan en Áreas Claves para la Biodiversidad, lugares que se han designado como importantes para conservar la biodiversidad.
A fin de salvaguardar el suministro y minimizar el impacto medioambiental de su extracción, los minerales esenciales podrían utilizarse de manera más eficiente y racional. Mejores sistemas de transporte público y redes ferroviarias, así como el desarrollo de vehículos más ligeros y tecnologías para facilitar su uso compartido, ayudarían a reducir la demanda. Entretanto, invertir en mejores facilidades de reciclaje contribuiría a la lucha contra el problema creciente de los residuos electrónicos. Por consiguiente, optimizar nuestro uso de minerales esenciales es fundamental para el futuro del planeta, y podría conducir a oportunidades de inversión excitantes.
Un replanteamiento de la cadena alimentaria
La manera en que producimos alimentos para satisfacer las necesidades de una población creciente no es ni mucho menos óptima. Tomando como ejemplo el trayecto desde la granja a la mesa, hoy en día disfrutamos de comida procedente de todo el mundo, durante todo el año. Aunque esto sin duda sacia nuestro apetito, no es sostenible, sobre todo teniendo en cuenta que una población creciente (se anticipa que crecerá entre un 59% y un 98% de aquí a 2050) impone demandas cada vez mayores a nuestro suministro alimentario.
Ya existen varias soluciones tecnológicas que ayudan a mejorar la cadena de suministro alimentaria: granjas verticales permiten el cultivo de verduras en zonas urbanas, mientras que la agricultura de precisión ayuda a los productores a tomar decisiones complejas, como por ejemplo cuándo irrigar o cosechar. No obstante, tales innovaciones todavía se utilizan a pequeña escala, con lo que deberán acompañarse de otras medidas, como por ejemplo la mitigación del despilfarro alimentario.
Todas las fases de la cadena de valor alimentaria, desde la producción, procesamiento y distribución minorista hasta el almacenamiento, transporte y consumo final, son escenario de un enorme derroche: más de un 30% de la producción alimentaria se despilfarra cada año. Los gobiernos han introducido iniciativas para combatir el desperdicio de alimentos, como por ejemplo reducir el tamaño de las porciones y prohibir descuentos que fomenten la compra excesiva. De manera similar, las empresas mitigan el desperdicio evitando que este vaya a parar a vertederos o donando restos y sobras a organizaciones benéficas.
Dado que la eficiencia de recursos es uno de los pilares de la transición a un mundo más óptimo, junto a los enormes incentivos financieros dirigidos a reducir un desperdicio oneroso, los inversores podrían encontrar oportunidades a largo plazo en compañías que ofrecen soluciones efectivas para este desafío.
Mejoras en el ámbito digital
La optimización no se limita al mundo natural. Los avances tecnológicos están dando pie a grandes mejores de eficiencia en consumo, tiempo y asignación del capital humano. Una de las principales áreas de optimización digital en empresas ha sido la migración de actividades informáticas a la nube. La computación en la nube es la disponibilidad de ordenadores a través de internet, sobre todo para almacenamiento de datos y capacidad de procesamiento, que elimina la necesidad de comprar, poseer o mantener equipos físicos, como por ejemplo servidores.
Esto no solo proporciona ahorro de costes, sino que también ofrece flexibilidad: una empresa puede adaptar sus necesidades informáticas a cambios en la demanda. Con un crecimiento anual de en torno al 18%, se prevé que el mercado de computación en la nube alcanzará los 1200 millones de dólares de aquí a 2027. Los inversores ven la computación en la nube como una tendencia estructural a largo plazo: para seguir destacándose, las empresas deberán adaptar continuamente sus sistemas operativos con objeto de mantenerse al día de la transformación digital.
El ritmo de la transformación digital se ha acelerado debido a la comercialización de la inteligencia artificial (IA) generativa. Además de crear nuevas avenidas de crecimiento, la IA generativa ayudará en gran medida a las empresas a reducir costes y a hacer más con menos: los desarrolladores pueden escribir más código por hora, el departamento de servicio al cliente puede responder a preguntas sin intervención humana, los mensajes de correo electrónico pueden personalizarse en base a las preferencias del cliente, y es posible procesar enormes volúmenes de datos con gran rapidez, ayudando a sacar conclusiones significativas.
Pese a los atributos positivos de la IA, no obstante, han surgido temores en torno a desplazamiento de empleados, su potencial de subversión y abuso, y su consumo elevado de electricidad (por ejemplo, una sola empresa de IA puede consumir más energía que una ciudad del tamaño de San Francisco). El potencial disruptivo de la IA atraerá inevitablemente a los inversores, con lo que será prudente no perder de vista los riesgos.
Optimización = oportunidades
Las fuerzas que impulsan un giro hacia un mundo más optimizado tienen como común denominador la necesidad de utilizar de manera más eficiente los recursos naturales del planeta. Surgirán tanto retos como oportunidades en el cambio en las prácticas empresariales y en los estilos de vida de la gente, en la aceptación o la resistencia a los avances tecnológicos y, en el marco de la transición a una economía más circular, en la manera en que la reposición, la reutilización y el reciclaje pueden utilizarse para elevar la longevidad de los productos. Esta optimización constante será una fuente inagotable de oportunidades.
En BNP Paribas Asset Management consideramos la optimización como una prioridad clave en el marco de la inversión responsable. Entender cómo las empresas pueden optimizar su uso de materiales, limitando al mismo tiempo el consumo y el uso improductivo de recursos, será crucial para generar rentabilidades de inversión a largo plazo, pero también para ayudar a hacer realidad un futuro más sostenible.
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