Que hay apetito por invertir con criterios socialmente responsables es evidente. El volumen de solicitud de información sobre esta temática por parte de los inversores es cada vez mayor. Los argumentos que respaldan la inversión ESG son contundentes. No supone renunciar a rentabilidad, el impacto en la sociedad es positivo, es un estilo de inversión que demandan las nuevas generaciones… ¿Pero qué pasa cuando un inversor se intenta poner manos a la obra y verdaderamente crear una cartera solo con fondos que siguen criterios medioambientales, sociales y de buen gobierno (ESG)?
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