Cuando crucé la puerta de Naomi, un pequeño y veterano restaurante japonés entre el estadio Santiago Bernabéu y la calle Bravo Murillo (Madrid), cotilleé la hoja de reservas mientras la camarera me recibía con una sonrisa de oreja a oreja. Mi nombre estaba escrito así: “Rua”. No pude evitar acordarme de la vez en la que me contaron que en el japonés no existe la “l”. Por eso, hay veces en las que la sustituyen por una “r” suave. Fue la primera señal que me hizo pensar en que Naomi es un japo de los de verdad. Los pequeños detalles, como las preciosas láminas con caligrafía nipona al fondo de la barra de sushi, parecían confirmarlo. La comida lo terminó de corroborar.
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