En los últimos años, gurús de la gestión como Bill Miller, George Soros, Bob Doll, y ahora Jim O’Neill, han ocupado los titulares de los grandes tabloides anunciando su retirada de las compañías a las que dedicaron gran parte de su vida profesional, y en las que su talento se hizo célebre. Sin embargo, ya sea porque la adrenalina del mundo de la gestión de activos tiene un efecto adictivo, por pasión hacia la profesión o por el atractivo de los nuevos proyectos que se abren a su paso, casi todos se mantienen vinculados, de una u otra forma, a una industria en la que llegaron a brillar con luz propia. Una droga que se resisten a dejar del todo.
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