Una vez, conocí a la propietaria de una tienda de antigüedades a la que no le importaba cerrar su local durante meses. Los pasaba en el extranjero, recorriendo cada feria en busca de detalles únicos e irrepetibles. Tanto, que prometía devolver el dinero a los clientes que encontrasen una pieza igual a la que le habían comprado. En otra ocasión, un anticuario me enseñó su colección más preciada: collares, pendientes y broches que llevaban las señoras de los pueblos de lo que es hoy Salamanca en el siglo XVI. "Lo que mas me gusta es ver cuánto se parecen a las que llevan las chicas jóvenes hoy en día", me dijo, mientras me contaba cómo se las había comprado a ancianas de pueblos remotos.
Si algo tienen en común todos los que comercian con antigüedades, sean coleccionistas, comerciantes o dependientes, es su amor por el detalle, por lo minucioso y por las cosas que, simplemente, son bonitas y tienen una curiosa historia detrás. Echar un ojo por sus tiendas es toda una experiencia. La mayoría de las que se encuentran en la capital suelen estar escondidas por el Barrio de Salamanca. Pero ahora, todas están reunidas en Almoneda, una feria que se celebra en Ifema hasta este domingo.
El encuentro también guarda un hueco para obras de arte y galerías.
Pero las verdaderas protagonistas, sin embargo, son las antigüedades.
Desde lámparas hasta joyas, pasando por unas preciosas máquinas de escribir que -será por deformación profesional- son mi debilidad. Dicen los especialistas en este sector que la crisis no se nota tanto como en el arte contemporáneo, ya que no es tan especulativo. Las cifras del certamen, por lo que cuentan los organizadores, tampoco van mal. Quizá porque se permite la venta al público y porque hay piezas por 40 euros. Los muebles del siglo XX están teniendo un especial éxito.
Así que si sienten curiosidad por esas cosas que, simplemente, sean bonitas, dense una vuelta por la feria. Al fin y al cabo, las cosas bonitas son necesarias. Y mucho.