Una vez, conocí a la propietaria de una tienda de antigüedades a la que no le importaba cerrar su local durante meses. Los pasaba en el extranjero, recorriendo cada feria en busca de detalles únicos e irrepetibles. Tanto, que prometía devolver el dinero a los clientes que encontrasen una pieza igual a la que le habían comprado. En otra ocasión, un anticuario me enseñó su colección más preciada: collares, pendientes y broches que llevaban las señoras de los pueblos de lo que es hoy Salamanca en el siglo XVI. "Lo que mas me gusta es ver cuánto se parecen a las que llevan las chicas jóvenes hoy en día", me dijo, mientras me contaba cómo se las había comprado a ancianas de pueblos remotos.
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