Mediodía en el centro de Madrid. Sol de invierno. Gente por la calle y coches intentando circular. Ambos protestan y hacen ruido, cada uno a su manera. Pero todo está precioso. Es esa cosa que no sabemos explicar los que estamos enamorados de la capital. Camino por una de esas callecitas en las que se da dos pasos y todo el bullicio queda atrás. Me enseñan un piso. El edificio es muy antiguo, pero la vivienda ha sido reformada hace poco. Es muy luminoso. Con el espacio aprovechado con inteligencia. Ha sido decorado con mucho gusto, hogareño pero elegante. Muchos libros. Revistas de moda y de arte por doquier. Tele enorme. Accesorios musicales de Apple. Sofá que llama a gritos. Una cocina con cacerolas y sartenes, un ‘tupper’, aceite del bueno, sal, café e infusiones. Mientras observo cada detalle, pienso en que sólo necesitaría un par de horas para mudarme. El tiempo justo de ir a casa, hacer la maleta y volverme.
¿Es un hotel? ¿Un apartamento? No, una Estancia con Arte

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