Hubo un tiempo en el que los gestores de carteras solo tenían que preocuparse por elegir que parte de sus carteras destinarían a la renta variable y qué parte a la renta fija ya que disfrutaban de un mundo de correlaciones inversas que funcionaban de forma muy simple: si caía la renta variable, subía la renta fija, y viceversa. Pero ese mundo ya no existe. Se evaporó hace diez años después de que los bancos centrales sacaran su artillería monetaria en forma de políticas de estímulo con el fin de paliar los efectos que en la economía podía tener la crisis financiera desatada por las hipotecas subprime.
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