Los fondos activos por los que se paga de manera ridícula un sobrecoste están muertos. Lo evidencia la evolución de los flujos. La industria se ha dado cuenta y toma nota.
Los inversores están hartos de pagar altas comisiones por bajas rentabilidades y han decidido pasar a la acción. En Estados Unidos ya han comunicado a la industria cuál es su veredicto: los fondos indexados y los ETF son el camino a seguir. Y la tendencia se acelera. La gestión activa siguió perdiendo en 2016 activos al otro lado del Atlántico (-204.000 millones de dólares). Es una cifra superior a los reembolsos sufridos por esta tipología de producto un año antes (-135.000 millones). En cambio, los ETF y los productos indexados captaron 500.000 millones. Son datos del informe global de flujos de Morningstar correspondiente a 2016, que muestran que la brecha que en 2016 separó las salidas de las estrategias de gestión activa y las captaciones de los productos pasivos nunca fue tan amplia. Esto significa que, en Estados Unidos, el 42% de los activos en renta variable están en fondos de gestión pasiva. En Europa, ese porcentaje es del 25%.
Resulta curioso porque en 2010 ambas regiones partían de unos niveles de aceptación de la gestión pasiva similares (en torno al 15% de los activos a ambos lados del Atlántico estaban en ETF y fondos indexados), si bien a partir de ese año la tendencia de crecimiento ininterrumpido de la gestión pasiva se aceleró en Estados Unidos, siendo mucho más lenta en Europa. Mucho de esto tiene que ver con el coste, aunque no se trata únicamente de una cuestión de apuesta por la gestión pasiva por el mero hecho de ser más barata. Lo demuestra el hecho de que algunas entidades de gestión activa hayan sido capaces de tener éxito en este entorno de fuerte interés por la indexación. "Se trata de gestoras que han sido capaces de ofrecer una elevada rentabilidad a un coste razonable”, afirman Alina Lamy y Timothy Srauts, miembros del equipo de Análisis Cuantitativo de Morningstar.
Para demostrar su afirmación, ambos recurren al ejemplo de Vanguard, gestora que posee el 23% de los activos netos gestionados por la industria en Estados Unidos y que el año pasado captó de media 1.1000 millones de dólares al día. Al contrario de lo que se suele pensar, el fuerte crecimiento experimentado por la gestora no solo se está cimentando en las captaciones registradas por sus estrategias pasivas. En sus fondos de gestión activa también está entrando dinero. “Vanguard es una firma muy conocida por ser pionera en la comercialización de productos indexados, los cuales han recibido flujos muy notables, pero lo interesante es que sus fondos de gestión activa también están atrayendo volúmenes muy considerables de dinero. Esto demuestra que no se trata de una batalla entre la gestión activa y la pasiva, sino sobre el hecho de ofrecer rentabilidades consistentes a un bajo coste”, revelan desde la firma de análisis.
Por ahora, Vanguard sigue concentrando su éxito en Estados Unidos, si bien ha conseguido sin apenas soporte comercial ir extendiendo su presencia en otras regiones, como es el caso de Europa. En España, el patrimonio que la entidad tenía en su negocio de distribución se ha multiplicado por cinco en 2016, al pasar de los 200 millones de euros a los 1.000, según datos del último boletín trimestral publicado por la CNMV. "La sensibilidad de los inversores hacia las comisiones está aumentando a pasos agigantados y, aunque quizás no se esté notando tanto en España aún, sin duda va a ser un criterio importante para los inversores a la hora de tomar sus decisiones de inversión, todo ello impulsado por una normativa que empuja en ese sentido", asegura Javier Sáenz de Cenzano, director de Análisis de Morningstar para EMEA.
Si el ejemplo de Vanguard no le convence y cree que su crecimiento es fruto de factores que no están relacionados con el binomio rentabilidad-precio de los productos, quizás el siguiente gráfico le ayude a entender la gran importancia que ha adquirido el coste para los inversores, sobre todo tras la crisis de 2008. Ordenando los flujos en función del quintil en el que se encuentren por gastos totales (TER), se observa claramente que a partir de ese año los flujos hacia los productos más caros ha ido decreciendo al mismo tiempo que las captaciones registradas por aquellos situados en el quintil más barato iba aumentando. Esa tendencia alcanzó su punto álgido en 2015 y 2016, años en los que los fondos más caros experimentaron las mayores salidas de dinero de toda la historia. “Los fondos activos por los que se paga ridículamente un sobrecoste están muertos”, indican desde Morningstar (ver gráfico)
Cansados de pagar altas comisiones por bajos rendimientos, los inversores están pasando a la acción, vendiendo los fondos más caros y comprando aquellos más baratos, lo que ha estado obligando a las gestoras activas a rebajar tarifas. Irónicamente, la categoría con el TER más elevado (gestión activa de renta variable) es precisamente la que más evidentemente ha fallado a los inversores, por lo que no es de extrañar que el dinero haya salido a espuertas. Esto está obligando a la industria a tomar nota y actuar en varios sentidos.
En primer lugar, eliminando de su gama aquellas estrategias que no aporten valor al cliente, sobre todo los denominados closet trackers, fondos que se limitan a hacer una gestión muy pegada al índice cobrando por ello comisiones de gestión activa. "Los closet trackers tenderán a desaparecer. Ya hemos visto algún ejemplo de close tracker liquidado o absorbido por otro más activo. Además, ofrecer este tipo de productos puede dañar la reputación de las gestoras que los ofrezcan, que deben centrarse en sus áreas de expertise principal para competir en una industria con tantos jugadores. Si quieren sobrevivir, las gestoras tendrán que ofrecer valor por el precio que cobran en sus productos", explica Sáenz de Cenzano.
En segundo lugar, abaratando sus productos. Las comisiones tanto de los fondos de gestión activa como de gestión pasiva se han ido reduciendo a lo largo de los últimos 20 años, si bien todavía existe un importante gap entre ambas tipologías de producto, tanto en lo que respecta a las estrategias de renta variable como de renta fija (ver gráfico).
Los inversores se han vuelto más conscientes de cómo los gastos que acarrea invertir en un fondo se pueden comer las rentabilidades a largo plazo. Es algo en lo que en EE.UU. han reparado tanto las grandes fortunas como los pequeños inversores. La opinión de los primeros están condicionando claramente a la de los segundos. Los consejos de inversores muy respetados en el país, como Warren Buffett (es famosa la recomendación que le hizo a su mujer sobre qué vehículo seleccionar para invertir su legado) o Stuart E. Lucas, considerado como uno de los máximos expertos mundiales en gestión estratégica de grandes patrimonios privados, han tenido una influencia muy clara. "La tendencia más importante que se está produciendo en el mundo hace referencia al control de costes. En un escenario de bajas rentabilidades, los costes se vuelven más importantes”, asegura. Al igual que Buffett, Lucas apuesta por canalizar la inversión a través de productos baratos que ofrezcan, a su vez, una amplia diversificación.
Estas reflexiones en voz alta han llevado a muchos inversores (tanto institucionales como particulares) a hacerse preguntas, a respondérselas y a actuar en consecuencia. Lo ejemplifica muy bien Dale Folwell, el encargado de decidir cómo se invierten los 90.000 millones de dólares que tiene el fondo de empleados públicos de Carolina del Norte, el vigésimo sexto más grande del mundo. Folwell se ha convertido en el primer Republicano en 140 años en administrar este dinero, lo cual ha conseguido en parte por una estrategia muy simple que ha propuesto: en lugar de pagar a los gestores altas comisiones, utilizar un reducido número de fondos baratos, en su mayor parte indexados, para canalizar las inversiones. El año pasado el estado tuvo que abonar 600 millones de dólares en comisiones, incentivos y costes vinculados a los productos, siete veces más de lo que tuvo que pagar por cada dólar invertido en el año 2000. Folwell prevé ahorrar al fondo un mínimo de 100 millones de dólares anuales. “No es una cuestión emocional, ni política. Es matemática”, afirma a Bloomberg.