Tengo un buen amigo que acaba de terminar su máster en una de las más prestigiosas escuelas de negocio del país. Se ha dejado un riñón y casi su matrimonio por el camino. Quedo con él con la intención de recuperarlo como amigo, puesto que estos másteres imponen algo así como el destierro de los amigos. La cosa va bien, parece que los daños neuronales no son muchos y el síndrome de Estocolmo no está muy acentuado. Tras un par de bromas de la época de Naranjito, me tiro a la yugular y le pregunto, ávido de saber: “¿para qué te ha servido todo esto?”. Y me contesta, sin dudarlo: “para pensar de forma diferente”. Me quedo igual, 60.000 euros después y la respuesta es que piensa diferente. Me vuelvo a casa y pienso...
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