La crisis, oportunidad para la actividad emprendedora

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Cedida

Ahora que Madrid apuesta de nuevo por unos Juegos Olímpicos, me viene a la mente una divertida paradoja. Parece ser que el grado de felicidad en el pódium se invierte entre los últimos peldaños. Decir con esto que el tercero es más feliz que el segundo, ya que este sufre la desilusión de no haber ganado, mientras que aquel goza el orgullo de destacar del pelotón de perdedores. Reduzcamos este fenómeno al ámbito olímpico, ya que ni en la Formula 1 existe, pues "the second is the first of loosers", como tampoco se da en le Copa América, donde "there is no second, your Majesty".

Pero en España parece que siempre ha gustado estar en las mieles de aquel que destaca del pelotón. Por desgracia, es un fenómeno reconocible en nuestra idiosincrasia que no estamos para ganar la carrera. Siempre hemos admirado lo americano, lo alemán, lo japonés... Y nosotros a lo nuestro. Nuestro ego se ha estado nutriendo de jamón ibérico, aceite de oliva, las 9 Champions del Madrid y los goles de Zarra y Marcelino.

Hemos vivido una dictadura y una democracia en los algodones del Estado de Bienestar, reservando nuestro espíritu competitivo al swing de Seve o al pedal de Induráin. Nuestras grandes corporaciones nacieron principalmente financiadas por el tesoro público. Infraestructuras, telecomunicaciones, servicios de transportes y financieros e industria han sido públicos hasta las privatizaciones del final del siglo pasado.

Apenas hay rastro de iniciativa privada que compita con ellas, salvo, tal vez, en el sector bancario.

España ha vivido varias crisis económicas, y no siempre a la par de nuestros socios europeos. Salvo por sus dimensiones, esta que vivimos desde el 2007 es bastante parecida a la que precedió la era Aznar. Niveles de paro insostenibles, crisis social, déficit en la balanza de pagos y dudas sobre nuestra viabilidad financiera.

Entonces pudimos aplicar medidas fiscales -subida de impuestos y recortes de la inversión pública-, monetarias -devaluación de la peseta- y, posteriormente, vender las joyas de la abuela -privatización a mansalva-.

Hoy, de las arriba expuestas, solo podemos aplicar un tratamiento fiscal, y bien que nos está doliendo. Pero tanto entonces como ahora tenemos una solución al alcance de la mano: el emprendedor español.

La etimología de la palabra emprender nace del latín coger o agarrar. Al que suscribe le parece acertada esta definición pues se trata de, en la situación actual, coger el toro por los cuernos.
Porque ya nadie va a hacerlo por nosotros. Se acabó el Estado de Bienestar.

Hemos vivido los últimos 30 años recibiendo ayudas del exterior. Nos han financiado las autopistas, líneas ferroviarias de alta velocidad, aeropuertos internacionales, hospitales, universidades... Todo a golpe de fondos de cohesión y de compensación industrial. Pero ya ni ellos tienen el dinero para sacarnos de esta. Y ni aunque lo hubiera, estas inversiones tenían como objeto estimular el desarrollo de los países periféricos de la Unión Europea, y ahora, en justicia les tocaría beneficiarse a otros.

Así que se acabó lo que se daba, ahora toca sacarse las castañas del fuego. El que quiera peces, que se moje. Y ahí es donde ha de nacer la era del emprendedor. Uno antes trabajaba para las grandes corporaciones, cediendo un nivel de ingresos marginales en busca de una minimización de riesgos. Un sueldo de 14 pagas, un plan de pensiones, seguro dental, a cambio de fidelidad total y entrega a la empresa. Los primeros de la clase en el cole podían incluso escoger una clase de vida superior: la función pública, con su contrato vitalicio.

Pero ahora que hemos comprobado que hasta los estados soberanos pueden resultar insolventes, la fe que los trabajadores depositan en su compañía se ve naturalmente mermada. Llega un momento en que uno debe elegir entre seguir un futuro trazado por terceros, que le vivirán la vida, y tomar el timón y ser dueño de su destino.

Tenemos todos los medios para poder emprender. Una población sobradamente preparada, un sector industrial muy consolidado, infraestructuras que serían la envidia de muchos de nuestros socios europeos. Tenemos una red comercial excelente, con cámaras de comercio, oficinas de exportación, y la lengua española y un elevado nivel de bilingüismo por bandera. Por no hablar de la gran cantidad de países amigos y aliados que se traduce en la mayor red de tratados de doble imposición del mundo. En el plano político, estamos en un momento de impulso a la productividad y exportación que no hacen sino apoyar al empresario, y el respeto y reconocimiento de los mercados más desarrollados, que no hacen más que nutrirse de nuestro talento y nuestras capacidades a precio de saldo.

Uno se plantea si también es una paradoja el que, gozando de estos medios, tengamos un desempleo récord, la productividad atrofiada, y unos índices de confianza en las instituciones públicas bajo mínimos. Y sin embargo estas no son más que oportunidades para el emprendedor.

¿Es otra paradoja acaso que las grandes corporaciones internacionales tengan como cost-driver su activo más preciado? Que sus trabajadores generen el mayor peso en su estructura de costes, y les impidan reaccionar con la agilidad necesaria para adaptarse a las necesidades cambiantes del mercado.

Así como Escipión derrotó con su infantería y caballería ligera a los elefantes de Aníbal en la llanura de Zama, el emprendedor ha de anticiparse a la gran cotizada y derrotarla, oferta a oferta, concurso a concurso. Dirigiendo sus cohortes de trabajadores, evitando la masificación de recursos que solo deriva en estructuras obesas deficientes y con retornos decrecientes. Al emprendedor le están reservados el riesgo, y el retorno implícito. Y el orgullo del trabajo conseguido y realizado. A el los laureles del Olimpo, en el pódium donde solo hay un puesto. Es la solución que necesita España y con ella la solución para Europa. Una economía basada en una población emprendedora, que asume el riesgo. Paradójicamente, me recuerda tanto al sueño americano.