La teoría financiera y la práctica

Jose_Ignacio_Zabaleta_Kaehler
Imagen cedida

TRIBUNA de Ignacio Zabaleta Kaehler, CFA, miembro de CFA Society Spain y director de La MBA Business School, Gran Canaria. Tribuna perteneciente a la serie Visión de Fondo del Profesional CFA.

En mi experiencia como profesor financiero, siempre me ha resultado curiosa la manera en que se imparten las asignaturas de economía en general y finanzas en particular. Es habitual utilizar un buen número de fórmulas para enseñar a los alumnos a decidir si una inversión es rentable o no, si se debe acometer un proyecto o, por el contrario, abandonarlo.  Se da prioridad a las matemáticas y se genera la impresión de que la economía es una ciencia exacta en la que, si se utilizan los modelos correctamente, la respuesta correcta la da un número final, tras el uso de una fórmula casi mágica.  Como si la economía fuese una ciencia exacta donde una gran comprensión numérica indicara el camino de lo que va a pasar en el futuro. En realidad, lo que se pretende es estudiar la economía como si estuviese encerrada en un laboratorio, aislada de todo tipo de interferencias. Sin embargo, cuando se analizan los modelos, éstos asumen una serie de parámetros, de los cuales uno es constante: el inversor es racional, esto es, siempre va a tomar la decisión más eficiente para sus intereses. Por supuesto, esto no es real.

La economía no es una ciencia exacta como ella misma nos recuerda cada vez que sufrimos una crisis, sino una parte más de la vida real de las personas, donde el comportamiento e interacciones están lejos de ser racionales. Se asemeja a la conducta típica humana cuando se entra en pánico, errática y dispar.  

Recientemente se ha prestado una mayor atención a la economía del comportamiento (behavioral science), una forma de psicología dentro de la economía. Esta rama se impartía inicialmente como un curso aparte, una vez aprendidos los pilares económicos básicos, donde las fórmulas matemáticas eran rey, para explicar las excepciones a la regla. Con el tiempo, se ha dado más importancia a esta rama económica/financiera hasta el punto de que el último Premio Nobel de Economía se le otorgó a Richard Thaler. Su bestseller Nudge (Empujoncito) explica la incongruencia inherente al ser humano donde la gente siente mucho más una perdida que la felicidad que le aporta una ganancia. Thaler explica que existe una batalla entre dos fuerzas cognitivas, la que hace y se centra en la satisfacción a corto plazo y la que planifica, la de largo plazo, donde hay una lucha constante para reprimir el corto plazo, pero es cansino como saben muchos de los que han intentado seguir una dieta estricta alguna vez. Los humanos somos, en muchos casos, irracionales. Pero somos irracionales de forma predecible, lo que implica que se puede comprender para explicar comportamientos futuros y diseñar mejores sistemas.

Los economistas Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir han ido un paso más allá aplicando la economía del comportamiento para comprender los entresijos de la pobreza y los efectos perseverantes de la misma. En su provocativo libro Escasez: ¿Por qué tener muy poco significa tanto?, los autores explican que la permanente falta de recursos crea una angustia, por otra parte, comprensible. Esa angustia atrapa la mente y la limita para tomar decisiones racionales en otras facetas de la vida. La escasez no es solo una limitación física, es también un estado mental. La escasez de un determinado recurso (dinero) hace que el cerebro entre en un túnel y se enfoque en obtener aquello de lo que se carece, descuidando otros aspectos del día a día. El hecho de entrar en un túnel es útil a la hora de afrontar un problema específico, pero al mismo tiempo hace que el ser humano reduzca su capacidad cognitiva, siendo menos eficiente en el resto de decisiones. El trabajo muestra que simplemente elevar las preocupaciones financieras de las personas perjudica su capacidad de razonar y tomar decisiones incluso más que el pasar una noche sin dormir.

Es evidente que la economia es una ciencia social, donde las interacciones humanas son un pilar fundamental y esas relaciones humanas están lejos de ser racionales. Los modelos matemáticos ayudan a comprender cómo funciona la economía y las finanzas, pero están lejos de ser buenos modelos de predicción, además de ser demasiados simplistas. En la educación económica del presente tal vez deberíamos centrarnos en un análisis psicológico del ser humano, con el objetivo de entender cómo funciona el proceso de toma de decisiones para conseguir que la economía sea más predecible y los economistas puedan detectar los riesgos futuros en vez de explicar por qué ocurrió la última crisis.