Sin bola de cristal

Eduardo García Hidalgo
Eduardo García Hidalgo. Fuente: Cedida (BBVA AM)

COLABORACIÓN de Eduardo García Hidalgo, director global de inversiones de BBVA AM.

Al principio de cada año nos vemos abrumados por infinidad de predicciones sobre lo que deparará el nuevo ejercicio. Estas alcanzan todos los ámbitos de la realidad, desde el tiempo atmosférico hasta la evolución de los mercados financieros, pasando por quién ganará este año la Liga o Roland Garros.

La mayor parte de las personas que emiten estas predicciones son tildadas de expertos por los medios que nos las hacen llegar.  Sin embargo, en general estos pronosticadores no tienen una trayectoria de aciertos previos que los hagan merecedores de nuestro crédito.  Es significativa la escasa frecuencia con la que se revisan los pronósticos al final del ejercicio para valorar su acierto. 

Los profesionales de las inversiones no somos tampoco adivinos del futuro; la bola de cristal no está entre nuestros instrumentos de trabajo.  De hecho, y por la experiencia acumulada gestionando en mercados financieros complejos y volátiles, deberíamos ser particularmente conscientes de la dificultad de realizar predicciones certeras en el ámbito de nuestra actividad.

Este escepticismo en torno a la utilidad de las previsiones sobre la evolución de los mercados a corto plazo no nos libera, sin embargo, de la necesidad de contar con un marco sólido que informe nuestras decisiones a la hora de gestionar las inversiones.  En nuestro proceso de inversión lo llamamos "Mapa de Preferencias Estratégicas" porque su finalidad es precisamente orientarnos en la definición de nuestra asignación estratégica de activos, el elemento más determinante para alcanzar nuestros objetivos de inversión.

Utilizamos, en general, un horizonte a diez años para nuestras estimaciones a largo plazo, que anclan las que podamos hacer para plazos más cortos, nunca inferiores a cinco años.  En un horizonte temporal extendido, los inversores podemos atenuar el ruido de las fluctuaciones diarias y semanales que, de otra manera, oscurecen el panorama general.  Ello nos permite integrar mejor los efectos de los factores macroeconómicos y las tendencias estructurales a nuestras proyecciones de la dirección futura del mercado.

Nuestro mapa incorpora una visión de futuro en la que intentamos poner en valor nuestro análisis de aquellos elementos en los que los profesionales de la inversión sí nos podemos considerar especialistas, como la evolución en el tiempo de las principales variables macroeconómicas (crecimiento e inflación, especialmente), su impacto en los tipos de interés a través de la política monetaria y las valoraciones de los distintos activos financieros.

En el escenario central que manejamos actualmente consideramos probable que nos movamos en los próximos años en un entorno de bajo crecimiento económico, debido principalmente a elementos demográficos, y sin que podamos contar, por el momento, con una mejora significativa de la productividad, vinculada probablemente a la inteligencia artificial.

Por otra parte, es de esperar que experimentemos tasas de inflación ligeramente más altas que las que han caracterizado las últimas décadas.  Detrás de estas inflaciones algo más altas hay numerosos elementos que podemos considerar estructurales (cambio climático, creciente desglobalización, mercados laborales más tensionados) y que, previsiblemente, impactarán al alza a su vez los tipos de interés tanto nominales como reales.

Este escenario a largo plazo nos ayuda a estimar las rentabilidades que podemos esperar para las principales clases de activo que forman parte de nuestro universo de inversión.  A partir de ellas, el objetivo es determinar su atractivo frente a las distintas alternativas, incorporando también en el proceso el riesgo que unas y otras comportan.

Conviene subrayar la importancia y utilidad de definir con cierta precisión escenarios alternativos.  Actualmente, por ejemplo, prestamos atención a un escenario muy relevante desde el punto de vista de la sostenibilidad, al incorporar el impacto potencial de la transición energética a nivel macroeconómico y que podría traducirse en tasas de inflación estructuralmente más altas y mayores tipos de interés nominales.  Podemos también estimar la incidencia que una contracción económica más profunda en el corto plazo tendría sobre las distintas variables analizadas.

Trabajamos así con una visión del futuro más compleja pero también más completa, aterrizada en diversos escenarios a los que asignamos de manera más o menos subjetivas probabilidades de ocurrencia.  El propio hecho de definir esos escenarios alternativos nos recuerda que en los mercados financieros trabajamos siempre en un entorno de incertidumbre y, además, nos permite identificar mejor la escala y dirección de los riesgos a nuestro escenario central, facilitando su integración en el diseño de nuestras carteras.

Como resultado de todo este ejercicio, formalizamos nuestro Mapa de Preferencias Estratégicas, que determina las principales líneas de actuación para las carteras gestionadas.  "Estratégico" no quiere decir inmutable y, de hecho, el proceso es esencialmente dinámico, al incorporar elementos que evolucionan en el tiempo y que revisitamos cada seis meses.  El ejercicio es particularmente sensible a los grandes movimientos de mercado y su impacto en las valoraciones.

En nuestras últimas dos revisiones semestrales, por ejemplo, nuestro análisis ha puesto de manifiesto el atractivo actual de las inversiones en renta fija, tras un largo período de tipos de interés negativos en el que los bonos apenas ofrecían valor para el inversor.  Consecuentemente, nuestras carteras incorporan al principio de 2024 exposiciones a la renta fija significativamente mayores que en anteriores ejercicios.

Nuestro mapa no sólo nos orienta en la preferencia por una clase de activo frente a otra (renta fija frente a renta variable, por ejemplo).  También establecemos un orden de preferencia dentro de cada clase de activo; geográficamente (emergentes frente a desarrollados), por plazos o por calidad crediticia (grado de inversión frente a grado especulativo).

El posicionamiento de nuestras carteras refleja después estas preferencias, dimensionadas en función del presupuesto de riesgo de cada vehículo gestionado y matizadas por los elementos más tácticos que nuestro proceso inversor también incorpora en su construcción.

En todo caso, siendo conscientes de que debemos gestionar sin contar con una bola de cristal valoraremos aún más la importancia de la diversificación en nuestras inversiones. Cuanto mejor entendamos la dificultad y las limitaciones de las previsiones financieras, mayor valor asignaremos a contar en nuestra cartera con elementos cuya evolución sea independiente del acierto en las mismas.  La importancia de la diversificación no es asunto menor y probablemente aconseje que le dedique en otro momento el espacio que merece.