Warren Buffett se ha reunido con los consejeros delegados de JP Morgan, BlackRock, Fidelity International, Capital Group, T. Rowe Price y Vanguard, entre otros. ¿Qué se traen entre manos?
Imagínese que abre una puerta y se encuentra a Warren Buffett reunido con los consejeros delegados de JP Morgan AM, BlackRock, Fidelity International, Capital Group, T. Rowe Price o Vanguard, entre otros. No es una broma: la escena es real y se produjo el pasado mes de diciembre en las oficinas de JP Morgan Chase en Nueva York. Tampoco es la primera vez que este selecto grupo de inversores –que representan gran parte del patrimonio gestionado en todo el mundo– se reúne: según Financial Times, ya mantuvieron una primera reunión en agosto.
Pero ¿cuál es el objetivo de estas reuniones secretas? Pues ni más ni menos que cambiar la cultura corporativa de las grandes empresas estadounidenses y europeas, para beneficio de los accionistas y de la economía en general. Para ello, estos inversores están trabajando en un código voluntario de buenas prácticas corporativas que, entre otras cosas, permita poner coto al cortoplacismo que impera en las bolsas. “La cultura actual, obsesionada con los resultados trimestrales, va totalmente en contra del enfoque a largo plazo que necesitamos”, afirma el propio Larry Fink (BlackRock) en una carta remitida esta semana a 500 consejeros delegados del Viejo y el Nuevo Mundo.
El responsable de la principal gestora del mundo por volumen de activos no aboga por la eliminación de los resultados trimestrales –“el enfoque a largo plazo no justifica la falta de transparencia”, aclara– pero sí cree que las empresas deberían centrarse más “en demostrar que avanzan con sus planes estratégicos, en vez de en si se han desviado un centavo de sus objetivos de BPA o de las previsiones de consenso de los analistas”.
Crear valor a largo plazo
Tanto estas declaraciones como las reuniones de alto nivel responden a una tendencia que los grandes inversores consideran preocupante: la presión por parte de los accionistas activistas –en su mayoría, hedge funds– para que las empresas distribuyan cualquier beneficio entre los accionistas o lo empleen en recomprar acciones, en vez de en reinvertirlo en el negocio y crear empleo.
“Los dividendos repartidos por las empresas del S&P 500 en 2015 representan el porcentaje de beneficios más alto desde 2009”, subraya Fink en su carta. “Al cierre del tercer trimestre de 2015, las recompras de acciones habían aumentado un 27% con respecto al año anterior. Evidentemente, estamos a favor de que las empresas distribuyan parte de sus beneficios entre sus accionistas, pero no a costa de las inversiones que crean valor a largo plazo”.
En los últimos años, un número creciente de empresas se decantan por buscar inversores privados que les eviten tener que salir a bolsa y someterse a la tiranía de los resultados trimestrales. De hecho, el volumen de las OPV se redujo un 42% en Estados Unidos el año pasado, pese al crecimiento económico. Otras compañías han optado por emitir clases de acciones que limitan los derechos de los accionistas con el fin de minimizar la influencia de los fondos activistas.
La preocupación por el cortoplacismo de Wall Street parece haber llegado a las más altas esferas, hasta el punto de que la candidata demócrata Hillary Clinton ha mostrado públicamente su respaldo a muchas de las ideas que defiende este grupo de grandes inversores.