Hace poco, caí en una profunda crisis. "No conozco ningún bar de por aquí", me dijo el culpable, refiriéndose a su lugar de trabajo. "Prefiero coger el coche a entrar en un guarro". El cometario me hizo pensar. A mí, que soy sibarita -o debería serlo, ya que escribo de gastronomía-, las cañas que se sirven al lado de mi oficina me saben a gloria. Disfruto lo mismo descubriendo cualquier plato de Mario Sandoval o de Dani García que con las patatas bravas de ese bar de mi barrio.
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