Cómo pueden los inversores contribuir a un mundo más ecológico

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Cada vez más gestoras quieren aportar su granito de arena en la lucha contra el cambio climático. Con motivo de la reciente celebración del Día de la Tierra, AXA IM ha publicado una pequeña guía elaborada por Luisa Flórez, responsable de Análisis Fundamental ESG de la firma, con recomendaciones para los inversores que quieran marcar la diferencia.

1. Desinvertir en aquellos emisores más intensivos en carbono

Una de las tendencias de inversión ESG que se ha estado abriendo camino en los últimos años es la de descarbonización de las carteras mediante la reducción de la exposición, según Flórez, “en aquellos activos con un mayor riesgo de inadaptación a futuros cambios de políticas”. Las razones que alega la experta para plantearse si seguir invirtiendo o no en estos mercados son “la contaminación y los riesgos para la salud, el período de vida útil de 50 años de una planta de carbón y la posibilidad de sustituir el carbón por otras fuentes de energía”.

La experta añade que “los obstáculos de carácter normativo y económico estimulan la necesidad de desinvertir”. China es un ejemplo clave: el Plan de Control y Contaminación del Aire fija un objetivo para el carbón inferior al 65% del suministro primario de energía en 2017, e incrementar en un 15% las energías de combustibles no fósiles para el 2020. También se observan cambios a nivel sectorial, especialmente entre las utilities: E.ON y Statoil han anunciado la escisión de su negocio de generación de energía obtenida a partir de combustibles fósiles, para centrarse en energías renovables.

Más allá de optar directamente por desinvertir en empresas directamente vinculadas al sector del carbón, la postura de AXA IM es que “con una combinación entre desinversión y compromiso se obtienen los mejores resultados”.

2. Adoptar un análisis cualitativo para la asignación de capital

“El análisis ESG (criterios medioambientales, sociales y de gobierno corporativo) y alcanzar compromisos con aquellas industrias más intensivas en carbono son una herramienta clave para descarbonizar las carteras y conseguir que las decisiones de inversión converjan hacia una economía baja en carbono”, continúa Flórez.

Ésta defiende el análisis ESG como una forma para obtener “una mayor concienciación con respecto al cambio climático entre la comunidad de inversores ya que, históricamente, los mercados financieros no han considerado correctamente los riesgos ligados a las emisiones de carbono, incluida la normativa medioambiental, para la determinación de los precios”.

Para la experta, un ejemplo claro ha sido la falta de difusión de los estudios sobre la teoría del carbón “incombustible” o de los activos obsoletos que fueron publicados en 2009 por la revista Nature, que concluían que “tres cuartas partes de las reservas mundiales de combustibles fósiles quedarían sin explotar si la sociedad quisiera evitar un cambio climático peligroso”. Según investigaciones académicas posteriores, la teoría determinó únicamente una caída del 2% de la cotización de sólo un 2% de las 63 mayores compañías petrolíferas y de gas de EE.UU.”, añade Flórez. Ésta considera que, si la información fuera correctamente difundida, el impacto sobre las valoraciones sería infinitamente superior: la capitalización de las 200 mayores compañías energéticas del mundo podría correr el riesgo de caer hasta un 60%.

“Los negocios más innovadores y con mayor viabilidad a largo plazo son aquellos que han ajustado o modificado completamente sus estrategias para adaptarse a una economía baja en carbono”, declara la responsable. En su opinión, “las compañías deberían estar obligadas a dar explicaciones sobre la integración de los riesgos climáticos potenciales en su proceso de evaluación de riesgos y a explicar los cambios realizados para converger hacia una economía baja en carbón”.

Flórez indica que la mejor estrategia para los inversores “es aquella que considera tanto la liquidez de cada clase de activo como los plazos de las inversiones para determinar el nivel de exposición en esta temática”, debido a que “las inversiones más ilíquidas presentan mayores riesgos climáticos ya que los activos no son fácilmente negociables”, y a que “a mayor duración de las inversiones, mayor exposición existe a los riesgos climáticos, ya que estos tienden a materializarse a largo plazo”.

Flórez recuerda adicionalmente que “medir la rentabilidad de un fondo climático con respecto a un índice de referencia tradicional proporciona resultados inexactos y sesgados”, porque los índices tradicionales no incorporan parámetros sobre las emisiones de carbono. También recomienda asumir un horizonte de inversión de largo plazo, algo a veces difícil para los inversores institucionales: “Las nuevas normas internacionales de información financiera (NIIF) y los elevados costes de capital de las inversiones a largo plazo constituyen serios obstáculos para adoptar el enfoque a largo plazo que se precisa para financiar una economía baja en carbono”.

3. Detalles sobre los “bonos verdes”

“La transparencia y el nivel de compromiso de los bancos multilaterales y de desarrollo, los cuales emitieron los primeros bonos verdes, han animado a otros emisores a acudir al mercado de renta fija, ofreciéndonos la oportunidad de invertir en proyectos beneficiosos para el medio ambiente”, explica Flórez. El mercado de esta clase de activo cuenta actualmente con un volumen en torno a 70.000 millones de dólares.

La experta detalla las ventajas de invertir en “bonos verdes”: acceso a oportunidades de inversión en proyectos con credenciales medioambientales, mejora de la transparencia y los requisitos relativos a la elaboración de la información de los inversores no cotizados, establecimiento de compromisos o el diálogo con emisores de renta fija, “algo que anteriormente era técnicamente imposible porque los titulares de bonos no votan en las juntas generales anuales”. También destaca el incremento de la concienciación entre los inversores y emisores que no aplican criterios MSG y la consecución de objetivos, “ya que cada vez más emisores utilizan variables climáticas que sirven para medir la adicionalidad de los proyectos medioambientales financiados”.

La visión de AXA IM es que “el segmento corporativo constituye el mayor potencial del mercado de bonos verdes”, porque estiman que los emisores corporativos de este tipo de instrumentos tienen capacidad para ofrecer liquidez rentabilidades atractivas en comparación con la deuda soberana.