Ejemplos prácticos para entender cómo el inversor se deja influir por sus sesgos de comportamiento

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Una cosa es ser optimista y otra iluso. Y los inversores españoles caminan entre la delgada línea que separa a ambos. Múltiples gestores internacionales han sacado estudios que muestran la importante brecha entre la rentabilidad que espera un cliente y la que su asesor cree que puede lograr. Y en el caso de España es uno de los diferenciales más amplios de Europa. ¿Qué explica ese abismo? ¿O qué justifica otra serie de comportamientos irregulares en el mercado? Por ejemplo, por qué somos incapaces de captar las oportunidades tras una corrección o por qué algunos entran en el mercado justo en el pico.

El inversor debe ser consciente de los sesgos que influyen de manera indirecta en su comportamiento. Lo que los académicos estudian como behavioural finance o finanzas conductuales. Dos de los más notables que identifica Kevin Thozet, miembro del Comité de Inversiones de Carmignac, son:

A. El sesgo de disponibilidad. Según explica Thozet, las memorias más recientes son las más vivas, por lo que sus posibilidades parecen más altas. Esto es, que los inversores son más temerosos después de un crash y más optimistas después de un rally.

B. El sesgo de representación. Las decisiones se basan más en información ya fácilmente disponible que en un análisis extenso de la situación. El equivalente a proyectar retornos pasados al futuro, o pensar que los mercados van a rentar al mismo nivel que históricamente. Un asesor financiero, en cambio, estará más cauto con las valoraciones y que, dado su perfil profesional, valorará las perspectivas de retorno en base a un análisis más profundo.

Casos de estudio en la renta fija y renta variable

Más allá de la teoría, Thozet también aporta ejemplos concretos. Un caso de estudio interesante, en su opinión, es lo que ocurre con la renta fija, un activo muy presente en las carteras de los inversores españoles y que sigue ganando tracción.

Los mercados de crédito europeo (euro corporate index) ha dado un retorno anualizado del 4,3% en la última década. Pero hay que poner esa cifra en perspectiva. En octubre de 2009 los yields de los corporativos rozaban el 3,7% en euros. Y de esa rentabilidad del 4,3%, un 3,4% se explica por el componente de income y solo el 0,9% por el movimiento de los precios. Por eso, creer que los retornos de la próxima década van a ser similares, cuando el yield del mismo mercado a día de hoy es del 0,5% es ser optimista como poco.

Se puede hacer un análisis similar con los bonos de gobierno en la última década. Estos han dado un retorno anualizado del 5,4%. De esa cifra, el 3,7% responde al cupón mientras que la variación del precio supone el 1,6% restante. Hace 10 años el yield medio era del 3%. Ahora es del 0,2%.

Algo similar ocurre en la renta variable. Teniendo en cuenta el histórico del S&P 500, el retorno anualizado esperado para las bolsas ronda el 7%. Esto, explica Thozet, se basa en la suposición de un 2% de yield de dividendo, un 3% de crecimiento económico, una inflación del 2% y un 0% da cambio en la valoración (aunque con fluctuaciones). “Pero teniendo en cuenta los mismos factores, los retornos deberían ser más modestos”, defiende el experto. El crecimiento del dividendo, cabría esperar que se sitúe más bien al 1,8%; el económico, en el 2,3% para 2019 según el consenso, y por debajo del 2% para los siguientes. Lo mismo ocurre con la inflación, que se espera que baje del 2%. Además, teniendo en cuenta que las valoraciones están por encima de la media a largo plazo, pueden pasar a ser un contribuidor negativo.

“Vemos una rotación y evolución significativa en las dinámicas de las clases de activos en los próximos años”, defiende Thozet. “Será un profundo barajeo de las cartas. Y como cualquier evolución sustancial, el camino hacia un paradigma tan nuevo no sería lineal e implicaría algunos períodos de volatilidad renovada”, sentencia.