Iain Stewart (BNY Mellon Global Real Return): “Nos estamos resistiendo al impulso del efecto Trump”

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Foto cedida

El BNY Mellon Global Real Return es un fondo multiactivo con filosofía de retorno absoluto y con la calificación Blockbuster Funds People. El equipo se está resistiendo al impulso temporal del “efecto Trump”, con lo que mantiene su preferencia por empresas de calidad activas en segmentos con barreras de entrada elevadas. De hecho, en el último trimestre de 2016, el equipo inició posiciones y amplió tenencias existentes en acciones que le inspiran confianza, aprovechando las oportunidades de compra brindadas por la volatilidad reinante en los mercados. “Compramos acciones de un par de productores de bienes de consumo bien conocidos (Diageo y Unilever) y ampliamos posiciones en el núcleo generador de rentabilidad. Estos valores llevan tiempo gustando al equipo, y concluimos que se habían visto excesivamente castigados por el optimismo renovado que se apoderó de los mercados financieros tras la victoria electoral de Donald Trump”, explica Iain Stewart, líder de inversión del equipo.

El núcleo generador de rentabilidad del Global Real Return Fund representa actualmente cerca del 26% de los activos (neto de protección sobre índices de renta variable), nivel algo superior al que tenía al comenzar el trimestre, pero todavía cercano al mínimo histórico del conjunto de la estrategia. Rodeando a dicho núcleo, la capa protectora se compone de activos que el equipo considera estabilizadores: deuda pública muy líquida (aproximadamente un 29%), oro (cerca del 10%) y efectivo (en torno al 5%). “Las perspectivas de futuro en las que se basa el posicionamiento de la cartera no han cambiado, y continuamos pensando que concentrarnos decididamente en las tendencias a largo plazo –en lugar del ruido a corto– es el mejor modo de velar por los intereses de nuestros clientes. El principal motivo por el que mantenemos el posicionamiento cauto de la cartera es la valoración”, afirma Stewart.

En su opinión, las políticas monetarias de los últimos años han estado dirigidas a elevar los precios de los activos financieros, con la esperanza de que un mayor crecimiento acabara justificándolos. Sin embargo, el crecimiento ha continuado decepcionando, con lo que las cotizaciones actuales de muchos activos de riesgo apenas remuneran los elevados niveles de riesgo a los que se enfrentan los inversores. “Creemos que invertir de forma selectiva en estas ideas en base a nuestro análisis temático de fuerzas de cambio mundial a largo plazo, al nivel de valoración correcto y en áreas impulsadas por factores estructurales favorables o con cualidades de refugio, debería brindarnos cierto margen de seguridad y proporcionarnos al mismo tiempo la rentabilidad esperada con el tiempo”, añade.

Aunque el equipo no pretende ser capaz de inmunizar completamente al fondo frente a la volatilidad del mercado, sí trata de asegurar que los flujos de caja que subyacen a sus inversiones son relativamente sólidos en un abanico de posibles escenarios.

Por lo que respecta al trasfondo de mercado actual, Stewart hace hincapié en la opinión de consenso, dominada por Estados Unidos. “La percepción general vuelve a ser que la política no solo parece haber funcionado para la economía norteamericana, sino que ha allanado el camino para una mejora del panorama global. Así, los precios de los activos de riesgo han registrado una nueva subida, esta vez liderados por sectores sensibles a la economía”.

A su juicio, las valoraciones sugieren que las condiciones seguirán siendo prometedoras en 2017 e incluso más allá, mientras que la incertidumbre geopolítica y económica apunta a lo contrario. Otro ingrediente de este peligroso cóctel ha sido lo impredecible de la presidencia de Trump, que –contradiciendo todos los pronósticos previos– ha impulsado más si cabe las expectativas reflacionarias. “Se está comparando mucho a Donald Trump con Ronald Reagan, otro político republicano poco convencional que presidió durante quizá el mayor auge de la historia de los EE.UU. En la práctica, esta comparación es bastante débil: tras un comienzo accidentado (una doble recesión), Reagan presidió sobre una economía en la que muchos de los excesos ya se habían purgado, el endeudamiento público era bajo, y las valoraciones de la renta variable y los beneficios corporativos eran moderados. Los tipos de interés y la inflación eran elevados, y caerían durante muchos años.

En base a casi todas las medidas, Trump se enfrenta a una situación diametralmente opuesta: el nivel de deuda del gobierno estadounidense supera el 100% del PIB, los tipos de interés y la inflación son bajos, y el ratio precio/beneficio con ajuste cíclico del índice S&P 500 es de 28 veces (cuando Reagan tomó posesión del cargo, dicho PER era de 9 veces). El equipo no afirma que la nueva administración no pueda mejorar en absoluto el perfil de crecimiento de Estados Unidos, o que esta no debería tratar de mejorar su eficiencia; sencillamente, considera improbable que el crecimiento sea transformado por cambios en el enfoque de estímulo de las autoridades.

“Incluso dando a Trump el beneficio de la duda, resulta difícil imaginar que las políticas de su equipo generen una tracción significativa antes de 2018, como muy pronto. En última instancia, el éxito del experimento del nuevo presidente dependerá de si las políticas implementadas mejoran genuinamente la eficiencia de la economía, en lugar de limitarse a ser una fase más de la gestión keynesiana de la demanda o un intento de recapturar cuota de mercado a expensas de otros países. Resulta sorprendente que, en plena euforia en torno a la perspectiva de la ‘Trumpeconomía’, se esté minimizando la vertiente proteccionista de la agenda de Trump”, concluye el gestor de BNY Mellon IM.