El deseo de posesión de fincas cultivables se remonta a los tiempos más remotos de la humanidad. Pero la migración de la población rural hacia las ciudades, con la llegada de la era industrial en los países desarrollados, supuso el abandono de grandes superficies aptas para cultivo y un cambio en las prioridades de sus antiguos dueños, que comenzaron a favorecer la inversión en viviendas urbanas y de recreo.
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