La gran tentación

Nuevo post del blog de María Folqué y Montserrat Formoso de Funds People.

Como son los mercados. Unas veces pasa de todo y pasan de todo, y otras pasa de todo y les entra un mal rollo tremendo. Y todo esto pasará. A nosotras también nos ha entrado el rollo reflexivo esta semana. Haciendo examen de conciencia sobre lo de las tarjetas dark black, nos hemos dado cuenta de que a lo mejor, si hubieran caído en nuestras manos, también las hubiéramos usado. Al principio un poquito, pero luego, en plan alfombra roja y fanfarrias en varias zapaterías de Madrid. Sin ánimo de justificar ni nuestras pulsiones ni los comportamientos ajenos, pero sí de intentar comprender mejor este fenómeno, hemos querido ahondar un poco más, porque nos ha parecido que en este caso se puede echar mano de algunos principios de las finanzas conductuales.

Para empezar, lo que más llama la atención es la apabullante mayoría de tenedores de la tarjeta que la usaron, 86 frente a 4.Y es que a pesar de la diversidad de sus orígenes, educación, ideología y hábitos de consumo, tienen algo en común, a saber, que todos son seres humanos y por tanto poseedores de un sistema de toma de decisiones imperfecto. En palabras del Premio Nobel Daniel Kahnemann, en nuestros cerebros conviven un sistema lento y otro rápido. El lento reflexiona y hace listas de pros y contras pero el rápido actúa por defecto en innumerables ocasiones, toma el control más de lo que pensamos y utiliza multitud de atajos que a veces nos salvan la vida y nos ahorran un montón de energía, pero  que otras nos buscan la ruina.

Entre los efectos de esta, a menudo, complicada convivencia, está lo mal que se nos da descontar el futuro, es decir, hacer una sacrificio ahora en aras de unos mayores beneficios a largo plazo. Cualquiera que haya hecho una dieta, fume, tenga problemas para ahorrar o no crea en el cambio climático sabrá qué es esto. Luego hay que añadir que el manejo del dinero tiene sus peculiaridades. El dolor de pagar es real, y las tarjetas lo reducen considerablemente, porque en parte se pierde la conexión física con la pasta. Si además el sistema de costes está oculto (como por ejemplo en los todo incluido), el dolor cae aún más. Y luego están otros componentes como el del comportamiento rebaño y la presión del grupo. Si todos lo hacen, es difícil no dejarse arrastrar, máxime si encima el comportamiento lleva añadida un aura de exclusividad: es la paradoja de la oveja exclusiva. SI quieren saber más sobre esto, el concepto del “moral fudge” del Prof. Dan Ariely de la Universidad de Duke es tan fascinante como iluminador.

En definitiva, que al que se le ocurrió la idea y aunque él no sea el único culpable, se le ocurrió un arma de tentación masiva. Un instrumento cognitivo endiablado. Ahora bien, hubo cuatro personas que no la usaron. Tres hicieron una auténtica demostración de fuerza de voluntad y principios porque la tenían en el bolsillo y uno fue el más listo desde el punto de vista cognitivo conductual, porque ni siquiera llegó a firmar el contrato de la tarjeta, quitándose de en medio un montón de problemas.

Tendría que haber mucho más control efectivo para limitar estos atajos del consejero ser humano. Claro que si el encargado de la comisión de control se gasta 230.000 pavos, pues la cosa se pone difícil. Ay, esos Prada, esos Louboutin…que solos estáis.

Ánimo con la semana.