Incluir private equity en las carteras mejora el resultado a largo plazo, pero en el corto nos puede dar sustos

Inigo Bilbao Goyoaga
Inigo Bilbao Goyoaga

TRIBUNA de Iñigo Bilbao-Goyoaga, socio de Estudios Bursátiles SL y experto en Fondos de Inversión e Inversión Colectiva.

Los tipos de interés se van a mantener extremadamente bajos e incluso negativos durante bastante tiempo debido a las actuaciones excepcionales que han tenido que protagonizar los bancos centrales durante las últimas crisis. Como consecuencia de ello, la rentabilidad esperada de la renta variable liquida tradicional será más limitada que en el pasado, salvo en temáticas y sectores concretos como por ejemplo el sector tecnológico, el grueso del cual se encuentra actualmente concentrado fuera de Europa.

Para muchos comités de inversiones centrar las inversiones en Europa y en Euros es una necesidad. Invertir en países lejanos y en divisas difíciles de controlar se debe limitar para no llevarse un susto, incluidas las inversiones en dólares. Debido a esto la inversión en private equity europeo está sobre la mesa de muchos expertos como nuevo camino a explorar para aumentar la diversificación de la cartera.

Diversificar la cartera tradicional que incluía efectivo, bonos y renta variable con una nueva partida destinada al private equity, mejorará la rentabilidad en el largo plazo, e incluso dará estabilidad en épocas de turbulencias como las que vivimos en marzo de 2020 con la crisis del covid-19 al estar descorrelacionada de las inversiones tradicionales.

El private equity lo definiremos como la inversión en empresas privadas que no cotizan en bolsa. Son inversiones cerradas que se producen a través de fondos cerrados de capital riego, diferentes a los fondos de inversión abiertos líquidos clásicos conocidos como UCIT, con los que nos hemos familiarizado las dos últimas décadas. En Europa suele centrarse en inversiones de entre cinco y 10 años mientras que en EEUU suelen tener incluso periodos más largos de retorno que van de los 10 a los 15 años. Una vez invertido el montante acordado, dependiendo del producto que hayamos elegido, no nos devolverán el principal y el retorno obtenido hasta la madurez del producto o hasta que el fondo haga distribuciones de beneficios. Es decir que no podremos tocar ese dinero en varios años. Estaría por lo tanto incluido el private equity (capital privado o no cotizado) en la categoría de inversiones alternativas. Se estima que, tras el covid-19, casi el 80% de los nuevos productos de private equity europeo incluyen ya criterios de ESG.

El private equity es una inversión de riesgo y por lo tanto debe suplir en la cartera a poder ser la parte de renta variable, no posiciones más conservadoras. Asesorarse por expertos en esta materia es vital al ser una inversión que requiere importante supervisión. Superar el umbral de tolerancia a este activo puede ser un problema, por lo que no debe exceder ciertos límites preestablecidos de la cartera. Me estoy refiriendo a que en el corto plazo se va a producir lo que se conoce como la Curva en forma de J. La definiremos como la estela que va a dejar la inversión de private equity durante los años en los que vamos a estar invertidos.

Al principio, debido a los costes inherentes de las inversiones y a que las mismas se producen en varios años, la rentabilidad va a ser incluso negativa, creando un efecto miope que puede asustar a los desconocedores del producto, para pasar posteriormente a ser una inversión que puede superar a la de la renta variable tradicional.

Conocer la Curva-J es esencial para que los inversores no se lleven un susto sobre todo los que son nuevos en este tipo de activos. Se recomienda en algunos casos, externalizar en los comités de inversión la contratación de servicios de un CIO externo, experto en inversiones alternativas, ya que, si el cliente se pone nervioso ante la tardanza de los resultados positivos, suele ser posible hacer algún tipo de gestión.

En España los expertos en el mercado local recomiendan invertir a través de Fondos de Fondos de capital riesgo que incluyan entre 10 o 12 sub fondos, de tal forma que una diversificación extra geográfica y sectorial en la partida del private equity, mitigue tanto los riesgos inherentes en la inversión como el efecto miope negativo que produce la Curva-J en los inversores menos experimentados