La gran deserción: ¿por qué las empresas están abandonando la bolsa?

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Ahmad Nawawi, Flickr, Creative Commons

Muy pocas empresas han querido entrar en bolsa, y un flujo constante la ha abandonado, principalmente después de haber sido adquiridas. En EE.UU., entre 1980 y 1999 se incorporaron a cotizar en bolsa una media de 300 empresas anualmente. Desde entonces, sólo han entrado 129 al año. En Reino Unido, el número de nuevas salidas a bolsa cayó tras la crisis financiera y no ha vuelto a repuntar de forma significativa desde entonces. El dinero recaudado en las OPV británicas también ha seguido una tendencia descendente constante.

En el caso de las empresas radicadas en Reino Unido, esta caída se inició a principios de la década de 1990. Para las empresas extranjeras, ha sido en los últimos diez años. Incluso las que han entrado en bolsa han esperado más tiempo antes de hacerlo. La edad media de una empresa estadounidense en el momento de su salida a bolsa pasó de ocho años en las dos décadas anteriores a 1999, a 11 años desde entonces.

Tal y como revela Duncan Lamont, responsable de análisis estratégico de Schroders, el efecto neto de todo esto es que el mercado de renta variable ofrece ahora exposición a una proporción cada vez menor del universo empresarial. “Por ejemplo, menos del 15% de las empresas estadounidenses con ingresos superiores a 100 millones de dólares cotizan en bolsa. Los ahorradores ordinarios se ven privados en gran medida de la oportunidad de invertir directamente en el resto”, explica.

Coste y molestias en aumento

A su juicio, hay dos explicaciones principales. En primer lugar, el coste y las molestias de ser una empresa cotizada han aumentado. Según estudios recientes, la extensión media de los informes anuales de las empresas británicas ha aumentado un 46% en los últimos cinco años. En el caso de las empresas del FTSE 100, ahora tiene 147.000 palabras y 237 páginas. Esta tendencia ha sido global y también se ha producido en los mercados más light a nivel de regulación, como el Alternative Investment Market (AIM) londinense.

“El número medio de palabras en los resultados anuales de una empresa del AIM es, comprensiblemente, mucho menor, 46.000. Pero el ritmo de aumento en este caso ha sido más rápido. De hecho, el ritmo de aumento ha sido incluso mayor que entre las grandes empresas: un 51% en los últimos cinco años. La elaboración de este tipo de informes requiere tiempo y dinero”, destaca. En su opinión, otras cuestiones que van en contra de los mercados públicos en la relación coste-beneficio son la pérdida de control, la transparencia no deseada o las percepciones sobre el cortoplacismo.

La alternativa del capital privado

Para Lamont, la otra razón importante por la que las empresas han dado la espalda a cotizar en bolsa es que hay otra fuente de financiación más accesible. Una que carece de muchos de estos inconvenientes percibidos: el capital privado.

“El capital riesgo ha pasado de ser un mercado de 500.000-600.000 millones de dólares a principios de la década de 2000 a superar los 7,5 billones de dólares en 2022. Con este crecimiento, el tamaño de los cheques que puede extender el sector se ha disparado. Ahora puede financiar empresas en una fase mucho más avanzada de su desarrollo que antes”.

El experto recuerda que cuando Google (ahora Alphabet) entró en bolsa en 2004, sólo había recaudado previamente 25 millones de dólares en mercados privados. “Hoy en día, los grandes unicornios pueden recaudar decenas de miles de millones de dólares. ¿Tendrían hoy los inversores bursátiles la oportunidad de invertir en Google en una fase tan temprana? Es poco probable”.

Pero las empresas no sólo acuden al capital riesgo por el dinero. “Los mejores inversores de capital riesgo también tienen profundos conocimientos del sector y adoptan un enfoque mucho más práctico para generar valor. Tanto los inversores como las empresas los buscan”, concluye.