Capítulo 6. Caso práctico: coronavirus y volatilidad

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Tom Stevenson, director de inversiones de Fidelity International, explica en este artículo la importancia de mantener la calma en momentos volátiles. Compara la situación vivida en la crisis de 2008 y la que hemos vivido a causa de la pandemia del COVID.

Un ejemplo práctico de todo lo que hemos explicado a lo largo del módulo

Para los inversores, viajar puede ser mejor que llegar al destino. El último año se ha caracterizado por unos titulares persistentemente sombríos, pero también por una bolsa pujante que ha desafiado toda lógica. Esto ha descolocado a muchos, pero incluso los inversores experimentados que entienden que así es como funcionan los mercados están empezando a pedir tiempo muerto ante la impresionante racha alcista que se desarrolla desde la primavera pasada.

¿Aciertan al hacerlo? A corto plazo, posiblemente. A medio-largo plazo, sospecho que no. El riesgo de que se produzca una corrección ha aumentado recientemente y no me sorprendería en absoluto si una combinación de sucesos aparentemente positivos desencadena un revés. El Brexit en el zurrón, Biden instalado en la Casa Blanca y pinchazos en millones de brazos son todas buenas noticias, pero los inversores podrían no verlo de esa manera. Aunque todavía quedaran muchas cuestiones por resolver, los inversores podrían mirar con esperanza más allá de la tormenta. Es precisamente este primer atisbo de los campos bañados por el sol lo que podría centrar nuestra atención en todo lo que está por arreglar.

No es necesario remontarse mucho en el tiempo para ver el mismo patrón durante la resaca de la crisis financiera. A partir de marzo de 2009, las bolsas trazaron un rumbo similar (si superponemos la última racha alcista, cuesta distinguirla del rebote anterior), pero transcurrido un año de recuperación, los inversores se habían vuelto mucho más recelosos. Entre mediados de abril de 2010 y comienzos de junio, el índice de renta variable mundial MSCI Word perdió un 16%, lo que supone una corrección considerable.

La sacudida de 2010 dio paso a otra en 2011 (acordémonos de Grecia) y otra en 2015 (China, esta vez), pero las tres apenas pusieron a prueba la determinación de los inversores.

Muchos inversores experimentados y de éxito están izando la bandera roja actualmente. Las cartas anuales a los accionistas de figuras como Jeremy Grantham y Seth Klarman están haciendo sonar la alarma sobre el comportamiento especulativo, los bancos centrales irresponsables y las valoraciones excesivas. Escuchan ecos preocupantes de lo ocurrido en 2000 en la escalada de Tesla (que ha multiplicado por ocho su cotización) y la renovada locura por las criptomonedas. Tienen motivos para estar inquietos: la complacencia es un indicio de que se avecina un movimiento a la baja. Cuando el mercado sube al calor de las buenas noticias, pero hace caso omiso de los datos negativos o el aumento de las tasas de contagio, es una señal de que los inversores están viendo lo que quieren y racionalizando todo lo demás.

También es cierto que la comparación con 2009 no es exacta. Entonces, el mercado había caído un 60% desde el máximo de la burbuja crediticia, frente a la caída del 35% del año pasado. Se podía haber esperado una gran recuperación entonces, y no solo porque las valoraciones eran notablemente inferiores en el punto más bajo de lo que eran en marzo del año pasado. Los rendimientos de los bonos no habían tocado suelo y tenían margen de caída, pero esa carta ya se ha jugado esta vez. En 2010, el mercado se mantenía claramente por debajo de su máximo anterior; actualmente, salvo por casos especiales como el Reino Unido, los precios no dejan de marcar nuevos máximos.

Así pues, no me sorprendería en absoluto ver una corrección en algún momento durante los próximos meses. La pregunta realmente importante es qué deberíamos hacer en previsión de ello, y la respuesta es aquello que a los inversores les resulta más difícil: nada.

La última carta de Jeremy Grantham esbozaba su definición sobre un pronóstico acertado de mercado bajista: “Consiste simplemente en que antes o después llegará un momento en el que un inversor estará contento por haber salido del mercado. Eso quiere decir que habrá salvado su dinero estando fuera y también que habrá reducido el riesgo o la volatilidad en el viaje de ida y vuelta”.

Estoy de acuerdo. Perderse las últimas ganancias del mercado en 2000 y 2008 no habría preocupado a un inversor que vio desde la barrera los tres años de salvaje contracción que siguieron a la burbuja puntocom o el episodio mucho más breve que acompañó a la crisis crediticia. Pero la diferencia en la duración de estos dos profundos mercados bajistas es importante, porque pone de relieve la dificultad (en realidad, la práctica imposibilidad) de acertar con la reentrada en el mercado. Capear las correcciones bursátiles conlleva dos decisiones: vender y volver a comprar, y es necesario acertar más o menos con las dos. ¡Buena suerte!

Fuente: Refinitiv, febrero de 2022