Durante la crisis, las autoridades parecían empeñadas en mantener el valor de los activos, para que no reflejasen el efecto de la explosión de la burbuja inmobiliaria, postergando una solución que al final vemos como previsiblemente tomará forma. La creación de un banco malo que proporcione el saneamiento de los balances de los activos tóxicos, fundamentalmente suelo, supondría un reconocimiento de pérdidas que alcanzaría aproximadamente la mitad de la exposición inmobiliaria. El proceso consistiría en la creación de un fondo para la reestructuración de estos activos inmobiliarios problemáticos, es decir, se colocarían en la nueva entidad a precio de mercado y serían amortizados de forma obligatoria por las entidades financieras. La solución parece sencilla pero, en nuestra opinión, la implantación debe desarrollarse perfectamente reglada y de forma obligatoria para todas las entidades, sin excepciones y sin dejar vías de escape para la colocación de activos tóxicos a precios desorbitados en comparación con el valor de mercado. Si esto no fuese así, se continuaría con la contabilidad ficticia y la valoración poco fiel, persistiendo la desconfianza entre los agentes económico-financieros, acrecentándose la deuda y las necesidades de financiación.
La necesaria creación de un banco malo

Joel Filipe (Unsplash)
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