TRIBUNA de David Roberts, responsable de renta fija de Kames Capital.
Aunque se popularizó en el siglo XX, la ley de las consecuencias imprevistas tiene sus raíces en el periodo de la Ilustración (siglos XVII y XVIII). De hecho, ya en 1691 el filósofo John Locke hablaba de las consecuencias imprevistas de la regulación de los tipos de interés. Tres siglos después, esta ley sigue siendo válida para los mercados financieros. Consideremos tres ejemplos recientes:
1) En Norteamérica, unos 500.000 millones de dólares del programa de expansión cuantitativa (QE) se han invertido, indirectamente, en exploración y producción petrolífera. El dinero barato, cortesía de la Reserva Federal estadounidense, tenía como objetivo estimular el crecimiento y la estabilidad de los precios pero, al mantenerlo barato durante demasiado tiempo, se ha acabado generando una burbuja en la producción de petróleo y de otras materias primas. El impacto a medio plazo ha sido la percepción de una posible amenaza para la estabilidad de los precios que ha generado inflación pero, a largo plazo, es posible que se produzca un inesperado y significativo repunte inflacionista. Con un déficit multibillonario que financiar, ¿la Fed sabe realmente lo que hace?
2) Sin salir de EE.UU, parece que los prestamistas hipotecarios estadounidenses han vuelto a las andadas. Con una entrada de tan solo el 3%, se puede obtener una hipoteca al 3% a pagar en 30 años, cortesía de Fannie Mae. Algunos contratos hipotecarios incluyen además la posibilidad de refinanciar un préstamo firmado el mes pasado si el tipo hipotecario se reduce este mes. No es de extrañar que la solicitud de hipotecas aumentase un 49% la semana pasada. ¿Burbuja? ¿Qué burbuja?
3) En Europa, el Banco Nacional de Suiza ha tirado la toalla de la divisa, preocupado ante la posibilidad de que un tipo de cambio bajo frente al dólar y el desplome del precio del petróleo pudiesen acabar generando una burbuja inflacionista. Ahora es posible comprar bonos suizos a diez años a un precio de 117,2 francos suizos y garantizarnos una rentabilidad del -0,125% durante la próxima década. ¿Bajar tipos de interés para aplicar una política monetaria más agresiva? No es algo que enseñen muchos libros de texto.