Aunque se popularizó en el siglo XX, la ley de las consecuencias imprevistas tiene sus raíces en el periodo de la Ilustración (siglos XVII y XVIII). De hecho, ya en 1691 el filósofo John Locke hablaba de las consecuencias imprevistas de la regulación de los tipos de interés. Tres siglos después, esta ley sigue siendo válida para los mercados financieros. Consideremos tres ejemplos recientes:
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